El primer paso para un buen trabajo de discernimiento vocacional en los grupos juveniles es ayudar a los jóvenes a descubrir el llamado de Dios a la vida y a ser personas. Este llamado, que es la primera dimensión de toda vocación y está fundado en el relato bíblico de la creación: “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1, 26), es también el fundamento del valor y de la dignidad de toda persona humana.
En una sociedad que sigue la lógica del neoliberalismo y que está marcada muchas veces por el desconocimiento del valor de la persona y por el individualismo, hay que ayudar a los jóvenes a rescatar el valor y la dignidad de la vida humana, a descubrir el verdadero sentido de la vida, el valor de la comunión y de la participación, la importancia de las relaciones humanas y del encuentro con los demás para amarlos, para servirlos en gratuidad y en solidaridad y para sumar fuerzas trabajando en unidad y en equipo. Toda vocación -laical, religiosa o sacerdotal- es un llamado a la comunión y al servicio. Es un llamado a “ser para los otros” en una relación de interdependencia y de ayuda mutua. Es un llamado a desarrollar la dimensión comunitaria y participativa de la vida humana.