La autobiografía, el ensayo, la crónica, las imágenes documentales y mediáticas de La Habana, vuelven complejo el lugar de la ficción en La fiesta vigilada (2007) de Antonio José Ponte, en el cual la narración se construye como un gran dispositivo de archivación. Sin embargo, más allá del acopio material de documentación histórica y literaria, en La fiesta vigilada Ponte sitúa los discursos que emergen como efecto del mismo acto de documentar: 1) la museificación del pasado y la consagración de la ruina, como producto de la apertura al turismo internacional, 2) los documentos de la vigilancia y las novelas de espionaje escritas durante la Guerra Fría. En este punto, la recuperación de dicha narrativa le permite al autor reflexionar sobre los alcances de otra política del archivo, donde resulta menos valiosa la conservación intocada del documento o su capacidad de verificar la realidad o la identidad, que su posibilidad performativa de traducir, falsificar, recodificar y, llegado el caso, desmaterializar el dato histórico.