La praxis política es parte constitutiva y esencial de la vivencia cristiana, tanto personal como eclesial. Esta dinámica se distingue por tener como absoluto la experiencia histórica de Jesús en el ejercicio de la soberanía popular (la cual busca la construcción del bien común), la separación entre la Iglesia y el Estado, la prevalencia de la ética y el derecho, la realización de la opción preferencial por los pobres y la constitución de una autoridad y de consensos políticos mínimos a nivel local, nacional e internacional. Cual sea el fundamento éticoteológico de todo este devenir desde el hecho bíblico, la tradición eclesial y el compromiso de la comunidad cristiana contemporánea, conforma el objetivo de este artículo. La presente publicación constituye la primera parte de un texto cuya segunda entrega será publicada en el próximo número de esta revista.