De la bisexualidad aún se duda; muchos investigadores creen que simplemente no existe o la circunscriben como problema salubritario de riesgo frente a las infecciones de transmisión sexual, en particular del VIH; las interpretaciones populares la refieren como una indefinición, una confusión, una moda, un signo de época o la confunden con la androginia; y los bisexuales se hallan a menudo sometidos a una demanda de definición polar tanto por parte de heterosexuales como de homosexuales cuando no al señalamiento de una vida construida como una simple mascarada. Tal vez no sea tan importante preguntarnos más por su existencia ostensible sino indagar por las lógicas culturales que se le oponen y señalar sus tránsitos conceptuales desde un sentido advenedizo de tercería, a la construcción de un sujeto político y de allí a su constitución como locus de ruptura del sistema total de la sexualidad y del género.