Al reflexionar sobre la vida moral y la vida espiritual se puede correr el riesgo de tratar cada asunto por separado, como si se tratara de dos compartimentos estancos donde nada tiene que ver la una con la otra. Esta fragmentación tiene funestas consecuencias para los creyentes, como es, por ejemplo, el divorcio entre la fe y la vida, en el cual Dios se convierte como una pesada carga para la conciencia moral. Sin embargo, no puede existir vida moral sin una auténtica vida espiritual. Estas son dos dimensiones indisolublemente unidas en la vida del creyente, ya que no sólo coexisten, sino que mutuamente se implican, se condicionan y se construyen; por consiguiente, moral y espiritualidad no se pueden presentar ni vivir como dos compartimentos estancos.