Para Agustín, la paz es uno de los mayores bienes tanto de la vida eterna, como de la temporal. Sin embargo, solo en la primera se presenta en forma definitiva, en la segunda es un bien dudoso e incierto. Esta afirmación cobra sentido si se tiene en cuenta que en el orden de lo creado, lo temporal, está mediado por el pecado original. Ahora bien, podría considerarse que la paz y el orden son exclusivos de la vida eterna, pero no es así, pues en la vida terrena sería imposible la existencia y el progreso de la humanidad sin la presencia de dichos elementos. De esta manera, en este escrito se intenta mostrar cómo, a pesar de que Agustín critica la figura de la república tal como la plantea Cicerón, ve en ella el elemento que posibilita y determina la paz en la tierra.