Sin duda, una confesión como la de creer en Dios Padre y Madre puede causar conflictos en la fe de muchos creyentes a la hora de ahondar en el misterio de la divinidad. Ante este planteamiento cabe recordar que durante siglos, algunos contextos y religiones han sido enmarcados en una cultura patriarcal y machista, la cual ha inculcado en sus miembros la creencia de un Dios Padre, dándole así un género masculino predominante, donde se niegan o rechazan imágenes femeninas y maternales que se hallan en Dios. Esta realidad se ve latente en el uso del lenguaje y en las diversas experiencias de fe de muchos cristianos. Puede percibirse también en muchos hombres y mujeres con los que se tiene una experiencia relacional tal como la familia, amigos e incluso en las mismas comunidades eclesiales donde se realizan labores pastorales y evangelizadoras. Todo esto es obviamente, consecuencia de construcciones culturales netamente patriarcales, que a su vez se han visto reflejadas en las grandes religiones históricas, que estructuran su experiencia originaria de lo divino en dichos códigos patriarcales y caen así, en reduccionismos, de allí la necesidad de despatriarcalizar dicho lenguaje1.