La última concepción de Lonergan de la filosofía como un metamétodo, sin ser toda la filosofía, es una exigencia de autocomprensión histórica actual de sí misma y del ser humano en general. Pretende tematizar la normatividad intrínseca que la constituye: la autenticidad. Supera dicotomías filosóficas sin sacrificar un pluralismo razonable y atiende a los desarrollos de los sistemas en movimiento sin convertirse ella misma en otro sistema que los encierre. Antes bien, es emancipadora, crítica, fundacional, integradora y dinamizadora de éstos, porque va más allá de sus analogías con la lógica, los comportamientos lingüísticos regulados, el naturalismo científico, las artes o el frenesí de la vida cotidiana.