Descripción
En este artículo la escritora recoge la importancia de vivir una vida religiosa comprometida con los empobrecidos de manera solidaria. Así mismo recoge la fortaleza de la autoridad de los que sufren. La autora dice: “¿Dónde nos habla Dios de tal manera que exige nuestra obediencia incondicional y una repuesta que moviliza toda nuestra existencia? Parafraseando a Metz, la mediación de la autoridad divina es ante todo la ‘autoridad de los que sufren’. Los que mueren de hambre o por causa de la violencia como consecuencia de una desigualdad escandalosa, los migrantes, combatidos por Europa y los Estados Unidos en sus fronteras del sur, y los presos políticos, en fin todos aquellos de quienes habla el Pequeño Apocalipsis en el evangelio de Mateo (Mt 25), ellos son la autoridad máxima a la cual tenemos que responder sin rechistar. Ninguna instancia, tampoco la más alta instancia jerárquica de la Iglesia está por encima de esta autoridad. Una obediencia y un amor adulto a la Iglesia saben que esta es la vocación más noble de la vida religiosa, el servicio que debemos de verdad a la Iglesia: someternos a la autoridad de las víctimas y reclamar proféticamente que toda la Iglesia tiene que configurarse y definirse desde esta autoridad. Si no hace esto, está deformando el rostro de Jesucristo”.