Han cambiado muchas cosas con la modernidad. Entre las que se destacan la comprensión del mundo y de la humanidad misma. Estos cambios han arrojado luces y sombras. Hoy es imprescindible un verdadero renacimiento de nuestras formas y sistemas de comprensión de la fe cristiana, exigidos por las grandes crisis de la humanidad y de la misma naturaleza que tanto se ha depredado. El autor dice: “Los años 60 del siglo pasado fueron un momento de esperanza y optimismo en el cristianismo en general, cuando parecía abrirse a la posibilidad de una profunda renovación interna, y a una reconciliación con el mundo y con los valores de la modernidad (razón, ciencia, mundo, democracia, valor de la persona, libertad religiosa y demás libertades, perspectiva de los pobres, etc.).
Pero esa primavera pronto se vio truncada, ante el temor que producía la conmoción que tal renovación suponía. El miedo venció, y los frenos y retrocesos que desde entonces se han producido no han hecho sino distanciar más y más a la sociedad respecto al cristianismo institucional. Son decenas de millones las personas que han abandonado la religión en las últimas décadas en Europa, por ejemplo, alegando no poder aceptar una cosmovisión que les resulta superada, buscando su realización espiritual por caminos nuevos. Sólo una profunda reflexión -en el campo de la ecología y en el de los otros varios ‘nuevos paradigmas’- y una consecuente y valiente renovación teológica reabrirá la esperanza”.