La utopía la construye la humanidad como nómada. Caminando por los valles, escalando montañas escarpadas, atravesando desiertos y discurriendo por los lugares más fecundos. El autor analiza la crisis de la utopía, lo positivo y la vigencia de la misma; “Una especie de catarata de melancólica nostalgia nos impide percibir que la utopía sigue estando vigente entre nosotros, aunque sea tan minoritario como siempre. Hoy como ayer el espíritu de la utopía hay que buscarlo en el pensamiento crítico y alternativo de las corrientes heréticas o heterodoxas de las tradiciones de liberación; y, ¡cómo no!, entre los pobres del mundo. El mundo mayoritariamente real -el de los pobres del Sur y el de los excluidos sociales de la barriada del Norte- no se puede permitir el lujo de negar su vigencia. Allí se encuentran en la necesidad de proclamar contra viento y marea la visión de ‘una nueva y amasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad’ (G. García Márquez). No tienen -como ha recordado L. Boff- ningún mérito especial; si el presente no les pertenece y el pasado es el de sus colonizadores o el de sus señores, sólo les queda el futuro para soñarlo. Se trata de la utopía dura y solidaria de los pobres, que nada tiene que ver con la quimera de los privilegiados de mayo del 68”.
Más aun, para el cristiano la utopía del reino de Dios tiene hoy más que nunca una fuerza revitalizadora que no habíamos sospechado antes.