La política es mediación y lugar privilegiado para encontrarse con Dios en la historia. No obstante, sería un optimismo ingenuo pensar que la política tiene un atractivo avasallante para las generaciones del presente. Todo parece indicar que la actividad política es cada vez más cuestionada, tiene poca credibilidad y un mínimo grado de confianza. Se necesita una espiritualidad para tiempos de desencanto político. Ésta no es otra que aquella que desencadena procesos de liberación y compromiso para transformar la sociedad con la mirada de Jesús. F. Javier Vitoria lo dice de esta manera:
“En la palestra del debate sobre la presencia pública de la fe existen demasiados cristianos que, desencantados por lo que la democracia y sus instituciones dan de sí, estructuran su compromiso desde el todavía no de la Promesa de Dios, típica de la reserva escatológica que encarnan los religiosos, y se limitan a ejercer la función crítico profética de su fe. Sin embargo, los laicos no pueden contentarse con criticar, sentados en el «banquillo» de la reserva escatológica, los logros siempre parciales de la sociedad moderna. Ellos protagonizan una espiritualidad que los convierte en expertos en abrir espacios al ya sí de la Promesa. Y esto no se consigue sin saltar al terreno de juego de la política y sin sumar allí esfuerzos y aportar soluciones en la construcción de este mundo provisional”.