Descrição
Este decreto supone cambios sustanciales, según mi manera de ver. En primer lugar, la modificación de la palabra “laico” -que hace referencia primordialmente a quienes no son sacerdotes- para pasar a dirigirse a quienes colaboran en la misión; no importando que sean católicos, de otras iglesias o, más aún, personas no creyentes. Se extiende la colaboración, simplemente, a quienes manifiestan “buena voluntad”, y que sienten honda preocupación por la justicia, el cuidado de la tierra, y la paz para toda la humanidad. Otro énfasis sustancial es que no es sólo que las otras personas colaboren con la misión de los jesuitas; sino también que seamos los jesuitas los que colaboremos en las misiones que otras personas emprenden, en el horizonte de la justicia y la paz. Esto es un cambio impactante.
En segundo lugar, es que en el decreto se hace referencia a la misión, pero también al “corazón de la misión”. Allí se da como una participación más general y otra más en lo neurálgico de la tarea. Se puede, por tanto, considerar que lo ignaciano en sentido amplio tiene como mínimo común denominador, la búsqueda de la justicia y de la paz entre la humanidad y la armonía con la naturaleza. También tendrían que resonar con “el modo nuestro de proceder”, como diremos después. Éstas podrían ser personas ignacianas más periféricas, si se quiere. Habrá, con todo, otras personas “que más se querrán afectar", como dice Ignacio y tendrían, entonces, otros requisitos que tienen que ver con la experiencia de prepararse concienzudamente para poder hacer los Ejercicios Espirituales.
De hacer estos Ejercicios se espera que quien los realiza reciba unos rasgos característicos que nos hacen sentir “con un mismo corazón” y una misma sensibilidad en lo más profundo de la misión. Primeramente la pasión por Jesús y su Proyecto. Esto hace que la misión sea lo neurálgico de la vida, que ayuda a situar otras dimensiones. Misión que supone el bien de las grandes mayorías; realizar cosas que otros no pueden hacer; atender a lo que se tiene mayor deuda. Quien sale de Ejercicios, por otra parte, tiene una conciencia de cuerpo y de ser cuerpo; busca “compañía” que es compartir lo que alimenta, nutre y reta. De ahí que sea connatural el establecimiento de comunidades, de redes. Quien hace los Ejercicios ha aprendido en ellos, un modo de orar que conduce a aprender a discernir los acontecimientos internos y los de la historia. Quien hace los Ejercicios sale con una espiritualidad que es paradójica: que debe encargarse de las grandes tareas sin desatender la persona -con toda su individualidad- que se tiene en frente. Esto supone el hacer todas las cosas como si dependieran de nuestro aporte, sabiendo que en definitiva dependen de Dios. O, en otra formulación, tener claro que no amedrentarse frente a las grandes problemáticas buscando las soluciones más pertinentes, pero ser capaz de concentrarse en lo más pequeño y quizás insignificante, suena a que está ahí presente el impulso de Dios.
Quien ha hecho los Ejercicios, comprende que esa misión por atender a las mayorías es lo que más gloria da a Dios. Pero esto no por voluntarismo, sino por gracia. Ahora bien, los colaboradores que no tienen la experiencia de Jesús -por la oración y los Ejercicios- si son personas con talante ignaciano, es porque, además de la pasión por la justicia y la paz, el eco de los rasgos que producen los Ejercicios, les mueven las entrañas y les atrae.
Lo tercero, y no menos importante, es que este decreto coloca la centralidad en la Misión, y en el corazón de la misma, como la gran meta. Aquí, creo yo, se supera una búsqueda de lo eclesial o jesuítico en sí mismo, para colocarnos precisamente, en la consecución de la justicia y la paz, en colaboración con quienes manifiestan buena voluntad. Los jesuitas seríamos, entonces, hombres para las demás personas, pero sobre todo con las demás personas y sus luchas. La ignacianidad es algo polifónico, por tanto. Una de las luchas más señeras de nuestro tiempo es contribuir por lograr realmente la equidad de género. Esto nos enseñaría a aprender de la subjetividad de la mujer para vencer uno de los pa¬radigmas más arraigados: el machismo.
Lo cuarto, que lo señala claramente el decreto, es que pre¬cisamente es en esta profunda colaboración múltiple donde la tra¬dición ignaciana es expresada más ampliamente por la riqueza de las diversas voces que lo interpretan. Son esas voces donde se hace más aceptable y más vigoroso lo ignaciano, capaz de enri¬quecer a la humanidad y a la iglesia. Nos falta aún oír la interpre¬tación más lozana de lo ignaciano en clave de mujer.
El tono de todo el decreto es de sencillez, de dejar en claro lo que es fundamental; de generar redes y lazos, y sobre todo, de un profundo agradecimiento, palabra que se repite muchas veces: agradecer a quienes han trabajado y trabajan en nuestras obras, agradecer a quienes el Padre nos ha puesto con su Hijo, sufriendo y resucitando en la humanidad. De allí que la hospitalidad de los jesuitas, con quienes colaboran con nosotros, debe hacer explícita esa gratitud. Más aún, la hospitalidad y el agradecimiento de los jesuitas con quienes nos dejan luchar por las causas más altas, es algo que debe cultivarse y expandirse.