San Ignacio articula la experiencia de los ejercicios espirituales en torno a tres hitos: el primero es el principio y fundamento, el segundo gran hito es la meditación del Rey eternal y el tercero es la meditación de la “contemplación para alcanzar amor”. La experiencia de los ejercicios espirituales tiene objetivos bien definidos y para lograrlos es necesario alcanzar estos tres mojones antes aludidos: “Hay, por tanto, como un doble objetivo que se va entrelazando a lo largo de los ejercicios. A la vez que se va haciendo una profunda experiencia de Dios se va buscando su voluntad para una realidad personal muy concreta como es la de ir descubriendo no sólo el 'estilo de vida' sino el 'estado de vida' que el Señor quiere para cada ejercitante. Así, el objetivo eminentemente místico (de unión con Dios) que atraviesa los ejercicios ha de tocar y concretarse en la elección del 'estado de vida' en que dicha experiencia quiere hacerse realidad. Tan importante es este segundo objetivo, que algunos especialistas defienden que es el objetivo fundamental, aquel hacia el cual Ignacio organiza todos sus ejercicios. Y no les falta razón”.