María Rosaura nos hace una muy buena reflexión sobre el cambio de conciencia de la mujer en la sociedad y en la Iglesia. Ella nos propone una perspectiva integral de la formación para la vida religiosa, tomando en cuenta los fundamentos de la antropología teológica. Así mismo, María Rosaura nos explica el proceso de madurez afectivo-sexual desde este enfoque integral, analizando los niveles de vida psíquica en las diferentes etapas del desarrollo de la persona, también trata el desarrollo integral de la sexualidad en las distintas etapas de la vida religiosa.
La autora afirma: “No es necesario reflexionar mucho para comprender el cambio profundo que se ha realizado en el modo de comprender y de vivir la sexualidad en el mundo contemporáneo. Nos encontramos de frente a una oscilación ente "ligereza" y "gravedad". La sexualidad ha ido progresivamente cambiando tres aspectos que la caracterizaban: la perspectiva de procreación, el nexo con las instituciones y el carácter sacro. Los métodos modernos de regulación de los nacimientos han eliminado la primera. El liberalismo la segunda y la secularización, la tercera. Al mismo tiempo la sexualidad mantiene su gravedad no sólo a través de la seriedad inducida por lo riesgos del SIDA o por los abusos de menores, sino a través de elementos más intrínsecos como las emociones con el riesgo de la vulnerabilidad, el pudor que recuerda la cercanía entre comunión y violencia, los ecos del inconsciente con toda la ambivalencia de la sexualidad, el valor del amor que puede realizar o hacer fracasar el sentido de una vida. Si por una parte, en esa perspectiva de la sexualidad hay un mayor relieve de las relaciones en positivo, por otra, se fomenta la separación entre sexualidad y amor. Otros factores sociales inciden sobre la experiencia sexual como la cultura gay, la inestabilidad de las relaciones familiares con la consiguiente privación afectiva de los hijos cada vez menos capaces de amar, las experiencias sexuales cada vez más precoces, el mercado cada vez más liberalizado e invadido por la pornografía y la prostitución que esclaviza a los menores y a las mujeres, con fines lucrativos.
Podemos afirmar que, en la vida común se percibe la banalización y fragmentación de la sexualidad, viéndola frecuentemente en función del cuerpo y del placer egoísta. Se vive así de un modo reductivo y pobre, donde el otro se puede convertir sólo en un "producto de consumo", como una cosa que no tiene finalidad, ni merece respeto”.