Descripción
"Una vez iba por su devoción a una iglesia, que estaba poco más de una milla de Manresa, que creo yo que se llama San Pablo, y el camino va junto al río; y yendo así en sus devociones, se sentó un poco con la cara hacia el río, el cual iba hondo. Y estando allí sentado se le empezaron abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino que recibió una grande claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola" (Autobiografía 30).
Este sencillo texto de la Autobiografía de San Ignacio nos remite tal vez a la experiencia más importante de su vida. El antiguo soldado 'desgarrado y vano', que había buscado en los honores del mundo el sentido de su vida, y que poco a poco había ido rompiendo con los moldes de una cultura que determinaba su destino, se encuentra en la soledad de su camino, con una manifestación de Dios imposible de abarcar. Junto al río Cardoner que 'iba hondo', este incurable caminante 'se sentó un poco con la cara hacia el río'. No es que haya visto nada especial, ni que se le haya aparecido la Virgen como a algunos arrieros de nuestras tierras, sino que todas las cosas le perecieron nuevas. Ni siquiera él mismo es capaz de entrar en detalles, pero ciertamente este momento cambió radicalmente su rumbo.