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Tal vez puedo comenzar este aporte con el informe sobre un sueño que tuve en Ejercicios hace dos años: “Sueño que estoy en una reunión con jóvenes y algunos adultos. El tema es un acontecimiento histórico sobre el que podamos encontrar un lugar común para asentar nuestro apostolado, nuestra convivencia. Yo defiendo que ese acontecimiento ha de ser el mundo que salió del 89, el mundo globalizado. Otro compañero, miembro de mi generación, defiende que esa es una base muy estrecha para fundar algo. Entonces yo le digo, en tono de desafío, que busque alguno más, o algunos. Piensa y no puede encontrarlos. Yo le digo: ´es que no hay ningún otro acontecimiento común a nosotros y a los jóvenes’. Claro que hay acontecimientos; de hecho empiezo a relatar a flashazos la historia del siglo XX; pero no son acontecimientos comunes, las generaciones jóvenes no los han vivido...”
Este sueño dice claramente lo difícil que es hablar con sentido de la experiencia de Dios “en el umbral del siglo XXI”. Para algunas personas ese umbral es el mero comienzo de la aventura de la vida, para otras ese umbral les ha sobrevenido en la cumbre madura de sus vidas, y para otras, entre las que me cuento, el umbral se ha presentado en la última etapa de la vida, una etapa de sabiduría o de declive de la madurez. Evidentemente este planteamiento de la diversidad de los sentidos está fundamentado sobre la categoría de la edad, o sobre la experiencia del paso de las generaciones. Más compleja aún se hace la diversidad si sus bases se amplían para recoger la resonancia del umbral del siglo XXI en las culturas, en las condiciones económicas o en las oportunidades políticas para la libertad. Voy a atreverme a responder al tema desde la experiencia de mi generación que llegó a la mayoría de edad en 1957, una generación de jesuitas marcada por la cultura occidental matizada por el nacimiento, o por más de 40 años vividos, en Centroamérica y una cierta ventana abierta a las culturas indígenas o afroamericanas, pero desde una situación económica en la que no hemos pasado hambre ni nos han faltado la preparación para un trabajo y los medios para ejercerlo, y desde la oportunidad de expresarnos públicamente con libertad.