Descripción
(Homilía de Jon Sobrino en la capilla de la UCA de El Salvador el 09 de febrero de 1991)
Creo que a ninguno de los jesuitas que estamos aquí se nos ha ocurrido venir a esta capilla a rezar por el Padre Arrupe. Al enterarnos de su muerte, nos hemos reunido, más bien como atraídos por la necesidad de recordar los mejores momentos de nuestra vida en la Compañía, y de agradecer a Dios por habernos dado a este hombre entrañable que se nos metió a todos en el corazón.
Decir en pocas palabras quién fue el Padre Arrupe para nosotros los jesuitas no es cosa fácil. Yo quisiera hacerlo comentando desde mi propia experiencia lo que de él dijo Ignacio Ellacuría: «el Padre Arrupe fue hombre de Dios, hombre de los hombres y hombre de la historia».
El Padre Arrupe fue hombre de los hombres. Como a superior general le tocó mirar la totalidad de este mundo, y lo que vio fue un mundo deshumanizado de mil maneras, pero deshumanizado sobre todo por la terrible pobreza e injusticia del tercer mundo. Lo miró con ojos de misericordia, como nos pide san Ignacio en la meditación de la encarnación, y nos pidió a los jesuitas que reaccionásemos "haciendo salvación". Qué hacer para ayudar a salvar a este mundo es lo que la Congregación General de 1975, presidida y animada por él, nos exigió a todos: "la defensa de la fe y la promoción de la justicia".
«Fe y Justicia», eso que Dios había unido desde el principio y que la Iglesia y la Compañía habíamos separado a lo largo de la historia, eso es lo que el Padre Arrupe nos exigió y eso es a lo que nos animó. Aquí en El Salvador lo sabemos muy bien. Hubo unos años antes de 1975 en los que tuvimos tensiones con su curia cuando comenzábamos a dar aquí los primeros pasos en la dirección de la justicia. Pero, pasado los primeros malentendido, Arrupe siempre nos apoyó y nos animó. En enero de 1976 explotó en la UCA la primera de quince bombas, y Arrupe nos escribió enseguida. No nos acusó de que estábamos metiéndonos en política, ni siquiera nos llamó a la prudencia. Nos animó a seguir. Y con uno de esos gestos tan suyos, nos envió un donativo de cinco mil dólares como diciendo; "reparen cuanto antes los destrozos y sigan trabajando". Pocas semanas después fue asesinado Rutilio Grande y en el mes de junio todos los jesuítas fuimos amenazados de muerte, si no salíamos del país, por la Unión Guerrera Blanca. Arrupe, de nuevo, no se asustó. "No salgan, sigan en su puesto", y él mismo quiso venir al país para animarnos, aunque no le dejaron. Y así, siempre, en El Salvador y en todo el tercer mundo.
Lo que quisiera añadir es que el Padre Arrupe llevó a cabo la opción por la fe y la justicia de una manera muy suya, muy humana y muy cristiana, y ante todo con misericordia. Por decirlo con un ejemplo, cuentan que una mañana de 1981 reunió a sus asistentes generales y les sorprendió con la siguiente iniciativa: "la Compañía tiene que organizar ya un servicio de ayuda a refugiados". Y es que la noche anterior había escuchado la noticia de barcos de vietnamitas navegando por el mundo sin que en ningún puerto les diesen asilo. Y a Arrupe, como a Jesús, se le removieron las entrañas.