Descripción
Fieles al servido que quieren prestar, los Cahiers proponen regularmente reflexiones sobre un aspecto u otro del «difícil oficio del acompañamiento espiritual». Quisiera aquí aportar mi contribución, llamando la atención sobre una dimensión fundamental de este compromiso, y —diría incluso de la competencia del acompañante espiritual: el respeto de la confidencialidad. El tema es delicado. ¡Es tan fácil hacer juicios sobre la capacidad de confidencialidad... de los otros! Lejos de mí esta intención.
Un acto de humildad, al principio de nuestra reflexión, nos impedirá caer en la trampa. La experiencia me dice que todo acompañante es consciente de la necesidad de la confidencialidad y la respeta. Con el mismo espíritu afirmo también que todo acompañante ha faltado en ello, falta y faltará en un momento u otro. Nadie está aquí cualificado para «tirar la primera piedra».
El acompañante no vive en un globo. Su relación con la confidencialidad está marcada por su propia cultura. Que cada uno vea. En el medio cultural que es el mío, el respeto de la confidencialidad está en vías de convertirse en una preocupación del momento.
Por una parte, como sociedad, nunca hemos sido, tal vez, tan exhibicionista de nuestra vida privada y "voyeurs" de la de los otros. Todo se puede y se debe decir. Todo se puede y se debe saber. ¡Algún presidente de los Estados Unidos podría testimoniar acerca de esta tendencia! Más allá del derecho a la información y a la transparencia, hay con frecuencia algo de malsano en esta fascinación por lo privado. Los medios de difusión de la información no faltan: el teléfono, el internet, el televisor, los periódicos a barullo, las líneas abiertas... ¡Cuántas entrevistas televisadas se convierten rápidamente en "confesiones"! Cada personalidad pública es llamada a someterse a este ritual un día u otro. ¡Fuera el desistimiento! Sin duda hay «una anguila bajo la roca. Reconozcamos que toda una industria saca enormes provechos de este deseo de saberlo todo. En el mundo del trabajo, la interdisciplinaridad, muy válida en ciertas situaciones, pone muchos desafíos al respeto de la confidencialidad: muchas personas entran en contacto con una multitud de informaciones. La persona que "sabe", que sabe "cómo saber" y por medio de la cual se espera "saber" aún más, es valorada. Pensemos en el papel social jugado actualmente por los periodistas. Se les corteja y al mismo tiempo se les teme.