Descripción
En este “final” y “cambio” de siglo, de milenio, de “paradigmas”, somos muchos, con diferentes tonos y perspectivas, los que expresamos nuestros sueños pensando en una nueva sociedad, y también en una Iglesia nueva. Hay como una especie de ánimo colectivo soñador que se expresa, nos expresa, según necesidades o intereses, pero que palpita impaciente en la humanidad de este año 2000.
A nivel social, político, económico, se quiere un verdadero cambio, y no apenas unas pinceladas de marketing. A nivel cristiano —que no deja de ser también social, político y económico— se trata del Jubileo, que debería ser el verdadero Jubileo, el Jubileo definitivo que proclamó Jesús de Nazaret, tiempo de justicia para los pobres, era de liberación para la humanidad entera.
Los “humanos” de hoy llevamos como unos 35.000 años de camino; tiempo suficiente para aprender las grandes lecciones de la historia. Desgraciadamente, el poder neoliberal que impera hoy en la humanidad se manifiesta como un suicida, “exuberancia irracional” de la especulación, según Alain Greenspan, del todo poderoso Banco Mundial. Y otros altos mandatarios de ese Banco y del FMI acaban de reconocer que “hay que empezar a tener en cuenta a los pobres...” ¡No se puede prescindir impunemente de la mayoría de la humanidad!
Frente a la muerte de la esperanza que prácticamente nos predica el sistema, el jubileo de Jesús se define desde su proclamación en Nazaret como la liberación total de los pobres.
Cerrando el siglo más cruel de la historia se nos fue a la casa del Padre el profeta Dom Helder Cámara insistiendo en la esperanza. Y en este nuestro Brasil de la máxima disparidad social, el pueblo se ha puesto en marcha “multiplicando las marchas" reivindicativas. Y en nuestra América ha resonado, confluyendo, unificándose, el Grito de los Excluidos. Y en el mundo entero la solidaridad va siendo, no sólo “el nuevo nombre de la paz”, sino también el nombre inevitable de la sobrevivencia.