Descripción
Al finalizar la década de los sesenta la secularidad se presentaba como el principal enemigo aparente de la fe. Las corrientes de pensamiento materialistas, existencialistas, nihilistas, entre otras, que anunciaban la muerte de Dios y denunciaban la función mediatizada de las prácticas religiosas alienantes parecían fortalecerse y se auguraba que hegemonizarían ideológicamente las sociedades modernas; se vislumbraba entonces el triunfo del pensamiento secular sobre el religioso para este fin del milenio.
Contrariamente a lo previsto, ahora nos encontramos ante un final de siglo donde el principal conflicto religioso no se ubica entre fe y secularismo, religión o ateísmo, creer o no creer, sino en la búsqueda de sentido y las diversas alternativas que como sociedades hemos encontrado para intentar responder a esta inquietante cuestión.
La crisis de la razón instrumental, como privilegiada forma de conocimiento y muchas veces considerada como la única posible, aunada a la derrota de la idea de progreso histórico continuo, irreversible e ininterrumpido en su ascenso, han contribuido al estruendoso fracaso de la modernidad, como proyecto social y como discurso totalizador, a menudo practicado con soberbio autoritarismo.
Los privilegiados centros productores de sentido (universidades, iglesias, dispositivos culturales, medios de comunicación) que hasta ahora habían cumplido una función orientadora del quehacer social, experimentan un alejamiento de los problemas cotidianos y se muestran incapaces de elaborar propuestas efectivas ante las nuevas necesidades, tanto en el plano axiológico como en el ámbito más pragmático y urgente.
Al parecer, nunca antes la humanidad ha estado más cerca de conquistar las metas propuestas por el proyecto de modernidad y al mismo tiempo, nunca como ahora nos acercamos a la posibilidad real de nuestra eficaz autodestrucción.
La desilusión, provocada por esta crisis del proyecto de modernidad ha originado y fortalecido la ideología actualmente más aceptada y efectiva, la que se niega a presentarse como tal y se viste de ciencia o de técnica para ser mejor recibida.
La función principal de una ideología, cualquiera que sea ésta, consiste en no parecerlo. La modernidad como argumento ha cedido el lugar a la técnica y a la ciencia en una especie de neopositivismo muy consonante con un neoliberalismo, así podría explicarse que en los tiempos recientes hayan proliferado las creencias en el fin de la historia y otras historias sin fin, que pregonan el triunfo del pragmatismo y la debilidad del pensamiento utópico.