Descrição
Tratar de la misión o de la respuesta que la vida religiosa debe dar hoy en América Latina lleva consigo mucho de honradez y de historia. Ser fiel a un pasado de Evangelio compartido liberadoramente con muchos hermanos y hermanas, y comenzar a anticipar un mundo que nos viene al ritmo de la escucha y del sufrimiento de hoy.
Es hermoso y apasionante sentirse envuelto por la vida siempre nueva, caminar con los hombres y mujeres de hoy hacia lo que cada día se nos ofrece, acoger esperanzadamente lo sorpresivo y saber que en todo ello está Dios, el Padre que se prodiga de Amor y salvación y nos ofrece por el Espíritu dador de vida en su Hijo Jesús, el Viviente, pobre entre los pobres, mucho Amor y Evangelio, Buena Noticia de misericordia y liberación, enteramente gratuita para nuestra sociedad y para nuestro pueblo.
Convencidos de esta verdad y seguridad podemos tratar de la misión de la vida religiosa o sencillamente de la presencia de comunidades de hombres y mujeres que sienten la alegría y el dolor de sus vecinos y ciudadanos, y tan enteramente se dedican a ellos que viven radicalmente consagrados a Dios y a sus hermanos y hermanas con apasionante seguimiento de Jesús en lo cotidiano y en la fascinante utopía del Reinado de Dios, deseando desde ahora verle presente en el mundo.
De inmediato viene una pregunta ¿Dónde situarse?, ¿dónde vivir, cómo vivir, a qué dedicarse?
La vida religiosa puede situarse en diversos espacios o perspectivas, geográficos y económicos, espirituales y sociales. Ninguno de ellos es indiferente. Colocarse en uno u otro es siempre una opción libre o heredada, con posibilidad de libertad o experiencia de condicionante amarre.
Sin duda buscará el espacio que dé sentido a su vida y en el que encuentre significatividad. Allí dónde sea fecunda y se realice. Allí dónde la identidad gozosa y viva surja como fruto madurado en la entrega y en lo cotidiano con la gente, experimentando con fe y cruz la presencia salvadora de Dios y el gozo de vivir en Él.
Dios realiza su misión en el mundo. Precisamente Dios es quién la realiza de verdad. Desde el comienzo ha llevado adelante su plan de vida y salvación por los hombres planificando la obra creadora, haciéndolos felices en un derroche de generosidad y gratuidad.
La vida religiosa participa de esta misión de Dios por los hombres y mujeres, siempre en medio del pueblo, abiertamente y dirigiéndose a todos los pueblos y religiones, inspirándose en Jesús, consagrado y enviado por el Padre al mundo a fin de humanizar, dar vida abundante de hermanos e hijos, revelándoles al Padre.