Descripción
Historia corta que hace una analogía de la vida del “Taita Leónidas” (Monseñor Leónidas Eduardo Proaño Villalba q.e.p.d.):
Hubo en Chimborazo, una región del Ecuador, un hombre humilde a quien la Vida le dio poder diciéndole:
"Te voy a hacer pastor de 300 mil ovejas. Cuida bien este rebaño hasta que te envíe la releva. Tendrás algo como 30 años para tu obra, al cabo de los cuales vendré nuevamente a visitarte".
Y la Vida se alejó dejando al hombre humilde, solo, frente a tanta oveja. Leónidas se llamaba. Era hombre de raíces profundas como las que tienen los arrayanes plantados en los linderos de los caminos. Conocía secretos. El más grande era su silencio. Los vientos que arrecian en los páramos andinos habían pasado sobre su rostro y lo habían burilado con tanto afán, que detrás de sus rasgos mestizos se adivinaba fácilmente su origen indio. El frío que galopa por las cordilleras le mordió la piel para darle reciedumbre a su alma de pastor. El taita tenía en sus pupilas la paciencia. Miraba lejos. Las sementeras de papas y los maizales le dieron el verdor a su esperanza.
Taita Leónidas comenzó a caminar esos 30 años y más, apoyándose en el frágil bastón de su experiencia. Rumiaba pensamientos sin saber cómo guiar las 300 mil y más almas que la vida le dio como rebaño.
Para empezar miró compasivamente el hato estudiándolo, como hacen los pastores que aman a sus ovejas. Lo observó detenidamente, sin prisa. Había que discernir. Poquito a poco una llama fue creciendo en él. Fue el inicio de un gran fuego que propagó después con la ayuda de una palabra que resultó casi mágica: concientización. Para conducir el rebaño le fue preciso conocer sus necesidades. Las ovejas pobres eran muchísimas. Todas estaban flacas, con hambre de siglos. La gran mayoría eran humildes y unos harapos cubrían los huesos casi desnudos. Fueron las que privilegió.
Había otras que tenían corderitos saltarines que triscaban en los setos resecos cerca de los poblados. Otros saltaban entre los espesos matorrales de los páramos. Taita Leónidas pensó que eran el porvenir. A ellos dedicó su amor, y tuvo gusto de enseñarles los secretos de la vida libre.
Encontró gran cantidad de ovejas silenciosas como peñascos. Otras estaban al borde de la muerte. Las amó a todas con cariño de padre. El las vio celebrar la vida reluciendo túnicas multicolores, igualitas a las franjas con las que se viste el arco iris cuando visita a los hombres.