Description
A partir de Ignacio de Loyola movimientos laicales primero y numerosas familias religiosas después se remiten a él y a su dinamismo espiritual y apostólico para inspirar, alimentar y orientar sus respectivos carismas y ministerios.
No me refiero a los Ejercicios Espirituales, que ya desde los tiempos de Ignacio y luego, como patrimonio que son de la Iglesia universal, ayudan y sirven a cristianos movidos por espiritualidades muy diferentes; sino a la espiritualidad ignaciana propiamente tal, que naturalmente brota de los Ejercicios y es inexplicable sin los Ejercicios, pero no se identifica con ellos.
Entiendo par espiritualidad ignaciana -sin pretensiones de precisión teológica, sino más bien por descripción de una realidad- un modo de ser conducidos por el Espíritu hada la verdad completa de Jesús, el Salvador, que da especial subrayado a los siguientes elementos: 1) "Conocimiento interno", apasionado, del Señor, alimentado en experiencia de contemplación; 2) del que brota, como necesidad vital, el "ayudar a los prójimos", concebido como pleno "divino servido", como lo fue de hecho para Jesús, el Enviado; 3) la conciencia de "enviado" (en misión permanente) en seguimiento del Enviado, porto tanto, en disponibilidad permanente , ya que esta obediencia radical nos incorpora a la obediencia histórica, "vía salutis" (camino de salvación) del único Salvador; 4) reconocimiento y aceptación de la cadena de mediaciones históricas del envío, en el marco de todas que es la Iglesia; 5) el compromiso o pertenencia personal recíproca, con otros/as convocados/as por el Señor, lo que constituye la comunidad (cuerpo) misionera, mediación inmediata de misión; 6) la gratuidad como talante y estilo personal, que se expresa en la adaptabilidad del propio misionero, en su "hacerse todo a todos' , como prolongación, a medida de ser humano, de la kénosis divina del Señor.
Estos rasgos, cuya primera traducción histórica cuaja en un grupo de "amigos en el Señor, que pronto se llamará Compañía de Jesús, han inspirado en distinto grado, con diversa intensidad, y combinados con otros rasgos específicos, a muchas familias religiosas y movimientos y comunidades laicales, que el Espíritu ha hecho brotar en el seno de la Iglesia hasta en nuestros mismos días. Unos y otros, antiguos y nuevos, se preguntan hoy legítimamente sobre la capacidad de esta espiritualidad para seguir alimentando una creatividad apostólica vigorosa, que arriesga nuevas respuestas para los nuevos problemas que plantea una nueva evangelización.
No es ninguna pregunta retórica para responder pasándonos el vídeo de una historia gloriosa; tampoco una pregunta puramente teórica, que tendría una respuesta fácil, ya que por principio toda espiritualidad, concebida como modo de secundar al Espíritu provocado por el propio Espíritu, participa en algún grado de la fuerza creadora y renovadora de éste y, siempre y cuando existan hombres y mujeres que quieran libremente secundarlo, creará respuestas.
La pregunta viva, tomada de nuestra historia y para ella, a la que nos proponemos responder, es doble: a) ¿dónde radica la capacidad específica de la espiritualidad ignaciana para crear respuestas apostólicas siempre, de una manera abierta?; b) ¿a qué obliga a cuantos/as se consideran a sí mismos remitidos a ella como "razón" (o, al menos, parte significativa de la razón) de sus vidas? O, dicho de modo más general: ¿cómo situarnos ante los elementos dinamizadores de la espiritualidad ignaciana, para que, de hecho, resultemos generadores de respuestas nuevas, no meros repetidores, o copiadores, de las antiguas?