Descripción
Cuando Jesús tiene delante a una mujer en las escenas evangélicas, en la mayoría de los casos se trata de una mujer necesitada. Jesús se relaciona con ella de tal manera que queda dignificada, devuelta a sí misma. Los demás lo perciben. No es algo que suceda en privado o a escondidas. Es público y se realiza a la luz. Y cuando los valores de la mujer no son lo suficientemente percibidos o son mal interpretados, Jesús se encarga de sacarlos a la luz. Tomemos por ejemplo el episodio de Lc 7, de la llamada pecadora pública. El gesto de la mujer es mal interpretado. Ella no habla ni explica su gesto, pero Jesús le pone palabra, lo saca a la luz, lo interpreta dándole su verdadero sentido y lo compara (con lo que no ha hecho Simón) para poner de relieve su fuerza, su importancia y su valor.
Las mujeres no hemos tenido en cuenta suficientemente la actuación de Jesús con nuestro género, agobiadas por el cuidado de un mal entendida humildad, perfectamente interiorizada y generadora de culpa. Pero no hemos tenido ningún reparo en reconocer, visibilizar y enaltecer las múltiples cualidades y valores de los hombres por generaciones y generaciones. ¿Cómo es posible? Dice una psicóloga española que las mujeres hemos ejercido una función narcisística con respecto a los hombres. Les hemos mantenido la autoestima bien alta, a veces a un precio exagerado y a costa de ingentes sacrificios. La hermosa película Azul muestra la renuencia de las mujeres, todavía hoy, para expresar su valía ante el mundo cuando el nombre y la fama la llevan ellos. La mujer que protagoniza este filme, compositora de una extraordinaria sensibilidad humana y musical, había escondido su talento en los pliegues de la fama de su marido, que ella misma le había labrado. La historia de muchas de nuestras antepasadas está revelando muchos casos similares. El que cuenta esta película muestra la supervivencia.
¿Por qué la humildad, para nuestro género, está reñida con la visibilidad de nuestra valía?, ¿por qué no está reñida, en cambio, con la manifestación pública y expositiva de los valores y méritos de los hombres?
No hay fácil respuesta. Un entramado complejo deja asomar indicios de respuesta, pero ninguna es suficiente por sí. No voy a tratar de responder teóricamente. Intentaré decir lo que mi experiencia de psicoterapeuta avala en la práctica de un trabajo lento, difícil y hermoso en la recuperación que las mujeres hacen de sí mismas. Por tanto iré a la práctica. La experiencia de esa recuperación de las mujeres que acuden a mi consulta comienza por la confianza que tengo en las posibilidades de cada una, en sus valores y en sus increíbles recursos. Mi trabajo ha desarrollado notablemente mi capacidad de admiración. No tengo que hacer ningún esfuerzo para confiar en ellas, pero noto que eso lo transmito sin que suponga menoscabo de la verdad, la motivación y otros requisitos del ejercicio de mi profesión.
Propongo algunos ítems que cada mujer debe intentar trabajar consciente y pacientemente para recuperarse como persona. Y especialmente la religiosa, puesto que ha reforzado con esquemas éticos interiorizados los principios de una auto negación, autoevaluación y auto desprecio que nada tienen que ver con el evangelio.