Con la sabiduría teológica con que se ha hecho reconocer, el autor reordena y actualiza este tema clásico de la espiritualidad moderna:
Los españoles tenemos fama de poco amigos del trabajo. Kant reflexionó en dos escritos -Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime (1764) y Antropología en sentido pragmático (1798)- sobre los caracteres españoles. En ambos casos coincide en afirmar que el español se enorgullece de no tener que trabajar. Y Fernando Díaz-Plaja, en su libro El español y los siete pecados capitales, dedica unas treinta de páginas al vacío nacional de la pereza. A pesar de ello, me parece que el proceso de modernización vivido por nuestro país en las últimas décadas ha generalizado entre nosotros hábitos de trabajo bastante semejantes a los de cualquier otro país de nuestro entorno. Otra cosa muy distinta es, sin embargo, que los creyentes hayamos acertado a integrar el trabajo cotidiano en nuestra vida cristiana. Según un estudio reciente, «sólo un 31% de los españoles están de acuerdo con que cumplir bien con el trabajo es una obligación religiosa». Por lo tanto, fomentar en los cristianos españoles la espiritualidad del trabajo aparece ante nosotros como una tarea pastoral urgente.