Descripción
Como teóloga y como mujer, la autora es persona indicada para plantear este tema clásico sin las precomprensiones de género con las que quizá haya estado vinculada en el decurso de los siglos.
El pasado mes de marzo se produjo la primera ordenación de mujeres en la Iglesia de Inglaterra. Unos dos meses más tarde, el 22 de mayo Juan Pablo II firmaba en la Vaticano la Carta apostólica sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a hombres. Estos dos hechos marcan la postura oficial de estas dos Iglesias cristianas sobre el sacerdocio de la mujer. Poco después de la publicación del documento vaticano (Vida Nueva, 18.6.94), el profesor de la Universidad Gregoriana de Roma, Philip J. Rosato, escribía: «Todos en la Iglesia, los dubitativos y los seguros deben practicar ahora más que nunca las virtudes cardinales: la justicia, la templanza, la prudencia y la fortaleza. Todos deben esperar que la auténtica justicia, en lo tocante a la ordenación sacerdotal, se manifieste en los próximos años, evitando el juicio intemperado «no habrá más razones» (...) Aquellos que persisten en la duda no deben estar desanimados, ya que en el pasado el magisterio de la Iglesia ha tenido que reconocer que se había equivocado aceptando como verdad indudable que los esclavos tenían menos derechos que los demás o afirmando que las tesis de Galileo eran heréticas. Aquellos que persisten en su seguridad tampoco deben estar desilusionados, porque el Espíritu Santo conducirá a la Iglesia del mañana a mantener o que la ordenación de las mujeres no podía ser comparada de ningún modo con la libertad de los esclavos y con la reivindicación de las tesis de Galileo o que el Verbo encarnado, habiendo sido condicionado por su tiempo y su cultura en la elección de sólo doce hombres, ha establecido, una vez alcanzada la libertad no-condicionada de la gloria, que la verdadera constitución divina de la Iglesia se desarrolla maravillosamente en la historia también mediante la causa justa e indomable del feminismo cristiano». El artículo siguiente, publicado antes del documento vaticano, es una muestra del rigor intelectual y de la libertad cristiana con que, en adelante, habrá que abordar esta temática, si queremos mantenernos fieles al principio paulino: «Ya no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28).