Descripción
La conclusión de la Cumbre de Copenhague es clara: Y hay recursos para ello. Lo que falta es la voluntad política para hacerlo. Y sobre todo, falta un nuevo modelo de desarrollo económico y social.
El solo hecho de que en la celebración de los 50 años de Naciones Unidas se haya tenido que reconocer que la pobreza, el desempleo y la desintegración social son los hechos dominantes del mundo de hoy ya es extremadamente significativo. Por lo menos, implica admitir que estos problemas se han escapado del control de las instituciones internacionales responsables de ellos. El documento oficial de la Cumbre reconoce de forma explícita la gravedad de esta triple problemática, reconoce que el desarrollo económico y el desarrollo social son dos aspectos de un mismo proceso y reconoce que estos tres son los problemas principales del mundo, las prioridades que debe enfrentar la comunidad internacional en forma urgente.
Aunque los resultados de la Cumbre oficial hayan sido ambiguos y contradictorios y aunque reflejen la ausencia de voluntad política que el poder mundial tiene hoy para responder a este reto, este triple reconocimiento es un éxito. Un éxito en potencia dentro de lo que fue el fracaso formal de la Cumbre. Los temas están ahora sobre la mesa del mundo, en la agenda de todos y pesan sobre la conciencia internacional.
Ya no se podrá acusar de comunista o de radical a cualquier persona honesta o grupo social que reclame una política que erradique la pobreza, responda al desempleo o evite la desintegración social.
El fin de la guerra fría ha permitido desideologizar estos temas, que están en la base de la actual crisis de civilización. El modelo capitalista de mercado neoliberal está ahora ante el espejo de sus propios fracasos. Y ahora está desnudo, no puede cubrirse con el manto ideológico que tanto usó durante la guerra fría.