Descripción
Los paradigmas de esta sociedad en la que el nuevo eje de acumulación es el conocimiento han cambiado, y ello se va a reflejar en la transformación inevitable que la religión va a sentir respecto a su papel.
Según el modo básico de producción y subsistencia de los grupos humanos, en la historia de las civilizaciones se puede hablar básicamente de cuatro modelos de sociedades: sociedades cazadoras, sociedades agrícolas, sociedades artesanales y sociedades industriales, con sus diferentes estados híbridos.
El sistema de producción y de subsistencia no es un elemento marginal cuando estudiamos los sistemas religiosos, ya que puede observar que cada sociedad utiliza unos recursos específicos para expresar y mantener sus configuraciones de valor, sus mitologías, ritos, símbolos, etc. Y no puede ser de otra forma ya que estos elementos afectan a lo más vital de los grupos humanos, es decir, a la propia supervivencia del grupo y de los individuos dentro de él.
Del dinamismo de las formulaciones religiosas cazadoras se pasa a unas formas muy estáticas en las religiones agrícolas, tanto en lo práctico como en lo teórico, tanto en los rituales, como en la estructura de los grupos religiosos o en la normativa ética o en la misma representación del mundo humano y divino. En sociedades cazadoras no tienen sentido estructuras estáticas, por ello las formulaciones religiosas nunca tienen este matiz. Un grupo cazador sobrevive gracias a su capacidad de improvisación y reacción. Lo que prima es su dinamismo, tanto en las mitologías como en los modos de organización religiosa o en los recursos para valorar las acciones individuales y del grupo.
Sin embargo en las sociedades agrícolas la supervivencia se representa con mitos, organizaciones, rituales, etc. que resaltan lo estático. Los grupos viven de hacer siempre lo mismo, no de la improvisación. La novedad representa un riesgo. Pero las religiones que hoy conocemos aparecen en su mayoría -todas si nos fijamos sólo en los grandes monoteísmos- en sociedades agrícolas, con todas sus consecuencias, no sólo culturales-externas, sino estructurales-internas. Podemos fijarnos en sus rituales, en su sistema de organización, en los modelos de iniciación religiosa, etc.
¿Pero es la sociedad en que vivimos una sociedad agrícola?, ¿son adecuados los instrumentos que ofrecen las religiones a los ciudadanos de finales del siglo XX?; si no son adecuados, ¿tienen algún sentido esas religiones en modelos sociales distintos para los que han nacido?
Hoy podemos estar en el umbral de una nueva sociedad, lo que algunos llaman la sociedad científico-técnica o sociedad del conocimiento. La nueva sociedad científico- técnica supone un salto cualitativo respecto a configuraciones culturales anteriores, por lo que sus repercusiones serán notorias en todos los campos de la vida individual, social y, por tanto, también en el tratamiento de los sistemas de valor. En esta nueva sociedad los conocimientos científicos son el nuevo criterio de representación y organización de la realidad, relegando de este papel a los mitos y a las ideologías.