Descrição
En el animal humano es imposible establecer alguna actitud ante la muerte que pueda considerarse inherente a su naturaleza. Como máximo se podrán identificar algunas tendencias, pues todo deseo de muerte o de inmortalidad innatos, todo trasunto de otra vida o necesidad de autoengaño connatural, queda en entredicho porque precisamente lo que hace viable la estructura física humana es la apertura a la realidad propia y ajena y el tener que ir estableciendo un sistema de habitudes que responda a los apremios de esta apertura. Aun en el supuesto de que encontráramos en todos los seres humanos algunas actitudes tan comunes y permanentes a lo largo de la historia conocida que pudieran inducir a alguien a calificarlas de "naturales” nada nos garantizaría su persistencia en el futuro.
Pero si resulta imposible establecer alguna actitud o concepción universal ante la muerte, es casi una obviedad señalar que es propio del animal humano enfrentarse a ella como realidad. El ser humano parece que es el único que aprehende que va a morir, que cuenta de un modo u otro con la realidad de la muerte. Mientras en el animal la muerte queda a merced de su sistema biológico, en el ser humano, al aprehender los estímulos como realidades, queda un poco en sus manos. El animal humano puede intentar prolongar la propia vida y puede suicidarse; puede asesinar y puede dar la vida por otro; puede preservar la vida de los demás seres humanos y seres vivos o puede suprimirla.
Como frente a toda realidad la adaptación a la muerte es relativa. Totalmente inadaptados morimos, y totalmente adaptados a ella también. Tanto el que no puede soportar en absoluto la realidad de la muerte como el que no desea otra cosa, muere. En este sentido hay que reconocer que al ser humano tan imposible le es vivir en la presencia continua de la muerte como en su olvido permanente. "Por mucho que el hombre piense en la muerte, tiene también que olvidarla: por mucho que la aguarde, cuenta también con que no venga. Cuando la ve venir, la aguarda con esa singular mezcla de miedo, repugnancia, aceptación, alegría, deseo, y posiblemente entrega”. La muerte podrá provocarnos dolor o gozo, pero por su carácter real nos aparece con toda la carga enigmática que tiene cualquier realidad si la descostramos un poco de nuestras racionalizaciones.
Podríamos hacer catálogos enteros de las estrategias culturales que ha desarrollado el ser humano para enfrentarse a la realidad de la muerte. No deja de causar perplejidad la cantidad y la diversidad de las experiencias humanas. Sólo en nuestra tradición cultural encontramos las propuestas del hedonismo griego y de los sabios náhuatl, de la inmortalidad quetzalcoatliana y de la resurrección cristiana, de las apologías del suicidio romanas y de la preocupación por la descendencia judía. Sin embargo, ninguno de estos catálogos sería exhaustivo y mucho menos podría dar cuenta de los matices singulares que se plasman en cada ser humano. Quizás sólo el arte, especialmente la poesía, nos permite atisbar la insondable riqueza de experiencias, sentimientos y balbuceos ante la realidad de la muerte. El afrontamiento de la muerte puede tener caracteres muy distintos. Puede ser el miedo a morirse; llegado el momento de la muerte, que no sea súbita, no me atrevería a decir que haya alguien que no haya tenido miedo a la muerte. Sin embargo, el hombre puede poner en juego mecanismos de superación. El mecanismo de superación que puso en juego el mundo griego fue la tesis de Epicuro: no hay razón para tener miedo, porque nadie siente el momento de morir, y no va a ocurrir nada después de la muerte, pues a los dioses les tiene sin cuidado lo que hacen los hombres. También se puede sentir repugnancia ante ella, o incluso rebelión; puede al contrario ser aceptada con resignación: fue la actitud de los estoicos: la muerte es inexorable y está exigida por la estructura de la razón universal; por tanto; no tiene nada de violenta o anormal. También el hombre puede tener alegría de morir, puede hasta desear morir".