Descrição
El 4 de noviembre de 1991 se celebraba en la iglesia de San Lorenzo de la ciudad de suiza de Sankt Gallen la fiesta de la Reforma. A ella fue invitado el teólogo católico Kurt Koch. Este artículo reproduce el discurso que él pronunció en aquella ocasión ante un auditorio de cristianos de la iglesia reformada. No deja de ser sorprendente y a la vez esperanzador que un teólogo católico sea invitado a tomar parte en un acto en el que se festeja el acontecimiento de la Reforma protestante. Es un signo de que los tiempos han cambiado. Pero, como el autor indica, es también indicio de que, por parte de los cristianos reformados existe un interés por conocer el punto de vista católico, incluso en aspectos comprometidos de la propia realidad eclesial. ¿Podrá decirse lo mismo de los católicos? Sea lo que fuere, Kurt Koch no desperdició la ocasión que se le brindaba. Con gran valentía -San Pablo usaría aquí el término «parresía»- dijo en voz alta lo que todo cristiano consciente de la voluntad de Cristo (Jn 17,21) siente en lo secreto de su corazón. El autor hace ante todo una valoración positiva del objetivo que inicialmente pretendía la Reforma y que, al no poderse realizar y convertirse en tragedia por culpa de ambas partes, continúa siendo una tarea prioritaria, de la que depende el ser o no ser, la credibilidad de la Iglesia de Cristo en el mundo de hoy. Luego pasa revista a los bienes que ha aportado y ha de seguir aportando la Reforma al cristianismo en general y a la causa ecuménica en particular. En esto no hace sino glosar las palabras del Vaticano II: «Es necesario que los católicos reconozcan en gozo y aprecien los bienes verdaderamente cristianos, procedentes del patrimonio común, que se encuentran entre nuestros hermanos separados (Unitatis Redintegratio, 4).
Entre los cristianos reformados existía en los primeros tiempos una euforia desbordante que se traslucía en las fiestas. Para ellos la Reforma era un acontecimiento que, al redescubrir el Evangelio de la soberanía de la gracia de Dios y de la libertad -sin mediaciones- de la fe, había separado la concepción medieval de una Iglesia papal, Y esto servía en el pasado para garantizar su propia identidad confesional.
Hoy la situación ha cambiado. Actualmente las mismas comunidades reformadas no glorifican a la Reforma sin discusión y sin reservas. Ante todo porque la sensibilidad ecuménica, a pesar de sus marchas y contramarchas, ha hecho tomar conciencia de que, antes como ahora, la Reforma ha tenido sus luces, pero también sus sombras. En el marco de esta relativización histórica, la Reforma aparece hoy, no sólo como liberación, sino también como tragedia, cuyos efectos se hacen sentir en la historia del cristianismo europeo.
A esa sensibilidad ecuménica hay que atribuir el hecho de que en la fiesta de la Reforma haya sido invitado un teólogo católico, para que exponga su punto de vista sobre la Reforma. Este gesto no significa sólo que el ecumenismo se toma en serio, en consonancia con el principio fundamental de que las distintas confesiones cristianas comparten alegrías y sufrimientos. Este gesto va más allá. Se vislumbra la esperanza de que la Reforma se pueda percibir así con otros ojos, incluso con ojos católicos, y se pueda ver algo que, de otro modo, permanecería oculto. Pero ¿cómo ve la Reforma un teólogo católico? Lo cierto es que éste no cumpliría su cometido si no hablase primero de la tragedia que supuso la Reforma para alegrarse luego de las bendiciones que la Reforma acarreó a la cristiandad europea.