Descripción
Aunque referido a la frontera mexicana con EEUU, el problema a que se refiere este autor recorre toda la frontera entre el primero y tercer mundo. La emigración por motivos económicos es un fenómeno mundial que transformará la geopolítica planetaria.
«Stetson pardo con el ala alzada, gafas Rayban impenetrables, camisa militar perfectamente cortada y planchada, William Doelittle, teniente de Estados Unidos en el regimiento de los border patrols, monta guardia frente a México. Ante él, como un trazo de color vivo, chabolas rosa y púrpura de Tijuana marcan el límite de las dos Américas. Al Norte, la prosperidad del mundo anglosajón; al Sur, la pobreza latinoamericana. Nunca una frontera arbitraria como ésta -trazada a cordel sobre tres mil kilómetros por los azares de la guerra y de la historia- ha separado de manera tan tajante el mundo rico del tercer mundo. Hace veinte años, Doelittle combatía en Vietnam. Hoy, el cok que cuelga de su cinturón es sólo un arma disuasiva, pero, para él, su misión es la misma: proteger al mundo libre, a la civilización blanca... ¿Contra quién, en definitiva?
«En el lado Mexicano, veo un millar de hombres deambulando sobre la estrecha banda de tierra que separa las últimas fachadas de Tijuana del territorio de Estados Unidos. Van y vienen en pequeños grupos, y parecen al acecho de algún acontecimiento improbable en un lugar tan desolado éste. En realidad, están esperando simplemente a que el teniente suba a su coche y vaya a inspeccionar otro punto de paso clandestino. Habituado a esta táctica, Doelittle ha pedido refuerzos para formar con sus compañeros una débil muralla: cuatro vehículos y seis hombres en total. Se observan los dos grupos: mil contra seis. Sobre el cuerpo de operaciones, un helicóptero de los servicios de fronteras pasa y vuelve a pasar a lo largo de la línea de lomas, da la vuelta hacia la costa del Pacifico y vuelve de nuevo, ruidoso e inútil. Este juego durará unas horas, hasta la noche, que, en esta latitud, cae bruscamente. Paradójicamente, la noche facilita la observación de los border patrols, equipados con gemelos de infrarrojos. Los mexicanos no lo saben. Erróneamente convencidos de que la oscuridad los protege, se pondrán en marcha de repente, sin una señal, sin un ruido, y recorrerán a toda velocidad, en línea recta, hacia los Estados Unidos. En esta extraña caza, Doelittle y sus hombres se ven obligados a ordenar a gritos a los mexicanos que se detengan. Curiosamente, como si se sintieran interpelados uno a uno, se van quedando inmóviles. Obedecen a una especie de regla de juego no escrita, o es quizá que se han sentido bruscamente presa del pánico, el reflejo del campesino mexicano ante los representantes de la autoridad pública.
«Esta noche fracasarán mil cien inmigrantes clandestinos y serán conducidos a los calabozos de la patrulla fronteriza, en Chula Vista. Pero el número de los que consigan pasar -¿cómo saber este número?- será quizá el doble, o el triple. E irán a engrosar la marea humana que asciende hasta desbordar la frontera que va de Tijuana a Río Grande, una marea que obsesiona y comienza a asustar a los norteamericanos, una invasión que no es la de un enemigo, sino de la pobreza, del hombre, de la determinación obstinada de abrirse camino en la vida. De dos a cuatro millones de mexicanos, según estimaciones aproximadas, viven en ilegalidad permanente en territorio norteamericano. Y a ellos hay que añadir un millón de temporeros que permanecen durante seis meses a este lado de la frontera, para volver luego a sus pueblos y regresar una vez más.
«Doelittle confiesa que ya no reconoce a su América blanca. En el sur de California todo recuerda más la cultura latinoamericana -arquitectura, rostros, colores y sonidos-. El teniente no piensa sin embargo dejar los border patrols: por veinte mil dólares anuales, seguirá su vela en esta guerrilla absurda, incapaz para siempre de poner dique a la oleada de inmigrantes que, en todas partes del mundo, asciende hacia el Norte. Porque estos hombres y mujeres del sur se niegan a seguir viviendo en la pobreza y huyen tanto de ella como del yugo de policías corruptos, dictadores delirantes, burocracias estabilizadoras. Suben hacia un mundo más rico, pero que, es un mundo más libre, más respetuoso con la persona humana...»