Descripción
La Paz del Dios de la Vida, que siempre es otra Paz; la gracia del hermano Jesucristo, muerto y resucitado, cuya Pascua vamos a celebrar otra vez; y el consuelo, la fuerza y la alegría del Espíritu estén siempre con ustedes.
Les escribo desde México, cerquita de la madre de Guadalupe, cuya ternura no faltará nunca a nuestros pueblos.
Tuve que quedarme en México, para «recauchutarme», como decimos en Brasil. Me he operado de hernia doble en un mismo lado y de próstata. La hernia, por cierto, tiene su pequeña historia gloriosa. La contraje en 1977, durante la construcción del Santuario de los Mártires, en Ribeiro Bonito, cargando y descargando ladrillos. La próstata, sin embargo, no ha sido más que una de esas vulgares novedades de la vejez. Estoy bien, gracias a Dios, y dispuesto a seguir andando. Quiero agradecer la oración y la atención de muchos, desde mis hermanos claretianos y todo el grupo entrañable del SICSAL. Fue precisamente durante la reunión del Consejo Ejecutivo y la Asamblea del SICSAL cuando se me presentó la urgencia de la operación.
Pensaba visitarles en los diferentes países de nuestra Centroamérica y ya había recibido los programas de cada país. Lo importante es que les visite siempre el Espíritu. En todo caso, durante estos días de sosiego, les tengo muy presentes en mis oraciones: a las comunidades y a sus agentes de pastoral, incansables aunque a veces tan golpeados; a los refugiados que ya retornaron y a las comunidades de población en resistencia; a los religiosos y a las religiosas -muchas veces pienso que en esa Centroamérica está lo mejorcito de la vida religiosa del Continente-, y a los aspirantes a la vida religiosa y al sacerdocio, en algunos de cuyos seminarios me siento siempre tan en casa; a los Centros, a los teólogos, a los estudiantes... en fin, a todos y todas y a cada uno en particular.
Supe que cuando recibió mi última carta circular -«Se impone un nuevo modo de ser»- María López Vigil, exclamó: ¡Se impone un nuevo modo de ser... feliz! Pues sí. Las dos cosas son una sola cosa para nuestra fe comprometida.
Lo cierto es que a lo largo de estos últimos meses, en encuentros y lecturas, desde los más variados sectores de la Iglesia y de la Sociedad, ha aparecido en la pantalla de la conciencia de casi todos una palabra desafiadora: ética. Ya sé que no todos la entendemos del mismo modo, ni todos estamos dispuestos a vivirla con la misma radicalidad. Pero, en todo caso, la ética está de vuelta, la postergada, la arcaica ética... Mira por dónde el neoliberalismo del diablo nos hace, de rebote, este favor.
Todos parece que sentimos que por este camino no se puede andar más y todos, o casi todos, estamos intuyendo que lo que debe cambiar radicalmente es la visión de la política y de la economía, el modo de hacer política en los diferentes grados de la responsabilidad pública, la manera vital de ser políticos. Nosotros, los cristianos y cristianas, diríamos, sencillamente, que estamos necesitando santos y santas en la política; eso que nos vienen diciendo los teólogos de la liberación: la «santidad política», tan olvidada quizás a lo largo de los siglos por la misma Iglesia.