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El Primer Mundo no parece estar para mesías ni para mesianismos. En él ya no hay lugar para las utopías de los pobres y es notorio el déficit de líderes que las quieran mantener. Y como en ese mundo lo real es lo de ellos, y como ellos han decidido -modernista, posmodernista o pragmáticamente- que ambas cosas son irreales y sospechosas, resulta que ya no está de moda hablar de mesianismos ni de mesías. Y si a esto se añade que la historia -y esto sí hay que tenerlo seriamente en cuenta- muestra los peligros que conllevan ambas cosas: populismos, paternalismos, dictaduras, ingenuidad, fanatismos, agresividad... la conclusión es que poco se puede hablar ya de mesías y de mesianismos. A lo sumo se tolerará, con benevolente superioridad, como pecado de pueblos jóvenes...
Sin embargo, llámeseles como fuere, los pobres de este mundo, la inmensa mayor parte de la humanidad, necesitan utopías, que pueden ser tan simples como el que la vida sea posible, pero que son bien reales, pues la vida es precisamente lo que los pobres no dan por supuesto, y para lo cual todavía no hay lugar en este mundo. Y ese mismo Tercer Mundo sigue esperando también la aparición de líderes con corazón de carne, no de piedra, que les dé esperanza y les ofrezca caminos de vida.
Además, aquí en El Salvador -y en otros países latinoamericanos- hace algunos años los pobres tomaron la palabra y pusieron a producir sus esperanzas en movimientos populares, esperanzas que encontraron eco en pastores como Monseñor Romero y en intelectuales como Ignacio Ellacuría. Cierto es que, empíricamente, estos movimientos no han tenido éxitos fulgurantes -en parte por sus propios errores y más fundamentalmente porque no lo ha tolerado el Primer Mundo-, pero también es verdad que han conseguido cosas importantes, y en cualquier caso han replanteado, si no en puro concepto, sí en realidad, la necesidad y sentido de mesianismos y mesías. Recuérdese que el último escrito teológico de I. Ellacuría -verdadero testamento teológico suyo- versó sobre utopía y profecía.
Por esta razón fundamental -la urgente necesidad que tienen los pueblos crucificados de utopías, esperanzas mesiánicas o como quiera denominárselas-, aun sin ser expertos ni en exégesis ni en historia de la Iglesia, nos animamos a escribir las reflexiones que nos han pedido, pues "el mesianismo siempre ha sido y será el mejor revulsivo para afrontar los problemas del presente, abriéndose a un futuro cuajado de esperanza” en palabras que sí son de un experto.