La tensión y el conflicto entre la autoridad y la vida religiosa no son problemas nuevos. Atraviesan toda la historia de la vida religiosa. Han estado presentes de forma especial en los orígenes de las grandes familias religiosas. Ejemplo: los orígenes de las órdenes mendicantes. Y en los momentos más proféticos de la vida religiosa. Ejemplo: los primeros tiempos de la evangelización en el Continente latinoamericano. Y siguen existiendo en la actualidad. Baste recordar la reciente intervención de la CLAR, las medidas disciplinares impuestas a algunas congregaciones o a algunas de sus comunidades y miembros particulares, las tensiones frecuentes entre religiosos y jerarquía local...
La novedad hoy se concreta en dos aspectos. En primer lugar, la nueva situación social y eclesial ha dado lugar a nuevas manifestaciones del conflicto y a nuevos enfoques del mismo. En segundo lugar, una nueva y aguda conciencia del problema ha permitido explicitarlo y debatirlo abierta y públicamente.
Dos hechos de carácter sociológico han afectado a este problema que, en principio, pareciera un problema exclusivamente intraeclesial: la implantación progresiva de la democracia y la creciente concientización en torno a los derechos humanos. Ambos han contribuido a un nuevo tratamiento teórico y práctico del problema. El modelo de autoridad en la Iglesia es básicamente jerárquico, en la teoría teológica y en la práctica eclesial. Sin embargo, las corrientes sociológicas prodemocráticas han hecho su impacto en muchos ambientes eclesiales, que demandan hoy nuevos hábitos democráticos y participativos en el ejercicio de la autoridad y la corresponsabilidad en la Iglesia. Por otra parte, la conciencia del carácter inviolable de los derechos humanos ha prendido también en el ámbito eclesial y es invocado legítimamente por personas y grupos para reclamar el derecho a su identidad y a su misión en la Iglesia.
A nivel específicamente teológico, el hecho mayor en relación con el problema que nos ocupa ha sido la eclesiología del Concilio Vaticano II y sus implicaciones prácticas. De ella hay que destacar tres elementos claves que tocan directamente el problema de la relación entre la autoridad jerárquica y la vida religiosa. En primer lugar, la concepción de la Iglesia como “pueblo de Dios”, todo él profético, en el que todos los creyentes son considerados como miembros activos, y todos los ministerios y carismas tienen su puesto legítimo en la Iglesia. En segundo lugar, el puesto central y la destacada autoridad reconocida a los obispos en las respectivas diócesis e Iglesias particulares. En tercer lugar, la afirmación del carácter esencialmente carismático y profético de la vida religiosa en la Iglesia.
Naturalmente, no todas las prácticas eclesiales del período postconciliar han sido consecuentes con estos postulados teológicos. Ahí radica una parte del actual conflicto entre autoridad jerárquica y vida religiosa.