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Los signos de los tiempos son un periódico de lectura obligada. Al norte, nuevas tecnologías, narcisismo, paro. Al sur, hambre, armas, deuda, indignación y donde hay fuerza, insurrección. En el este un Marx sin Bakunin degeneró en un Stalin. En el oeste un Bakunin sin Marx degeneró en Nietzsche. Todo ello, no es fenómeno exterior a la Iglesia. Los aires de postvaticanidad, que parecen azotarla, presagian que se puede llegar a sancionar equivocadamente la postmodernidad. Sólo la recuperación de la utopía evangélica de la paz y la justicia, ajena a dualismos que terminan por arrinconar a la religión en el campo de lo espiritual y personal, puede devolvernos a nuestra dimensión original como profetas del Reino que no es de este mundo, pero que comienza aquí.
¿Cómo evangelizaren un mundo postmoderno? La postmodernidad es la expresión de una conciencia fragmentaria del sincretismo de las visiones. De los sistemas unitarios se ha pasado a una sensibilidad del particularismo, la diseminación y el disenso. Comprender este fenómeno es paso previo fundamental para poder responder al reto que plantea a la Iglesia.
Postmodernidad significa inhibición respecto a los asuntos públicos. Ya no se invierte afectivamente en los grandes sistemas ideológicos. El joven se retrotrae al grupo de iguales. Todos los estereotipos sobre nuestra cultura apuntan a una evasión de la realidad: no se espera poder interpretar el mundo, ni tampoco poder transformarlo. Por ello todo cambio histórico hacia la justicia aparece como un círculo cuadrado histórico. Se tiene la experiencia de un mundo duro, sórdido que no se acepta, pero que no se puede cambiar. Muere el mito del cambio social y el desengaño hace mella en los valores. La ética del “todo vale” se instala en todos los corazones. La postmodernidad es un estado de ánimo, el resultado de un desengaño: el mundo es un valle de lágrimas, pero no hay otra patria. Sólo queda el “pequeño placer”.
El consumismo, con su lujuria de los objetos, produce tipos cada vez más narcisistas. El Narciso vive obsesionado con la propia imagen, preocupado de sí mismo, vivir equivale a sentir sensaciones, cuanto más fuertes mejor. Obligada a una adolescencia forzosa prolongada por el paro y la duración de los estudios, la juventud experimenta una demora en la adquisición de responsabilidades. Son jóvenes sin futuro, sin memoria.
El tipo duro de Narciso es el pasota, ser ombligo céntrico y descomprometido, pues pasa de todo, menos de sí mismo. Como no hay futuro, la salvación acontece en el presente, es instantánea y se produce en la aceleración de las experiencias (adición a los km/h, el estéreo, la droga). Si nos esperamos, nos volvemos viejos.
La postmodernidad no es sólo un estilo de vivir, sino también un modo de pensar. La modernidad prometió que una razón libre engendraría una sociedad libre. Los postmodernos ven las diferencias entre las promesas y la realidad. La crítica a la modernidad se concreta en los puntos que seguidamente se desarrollan.