Descrição
Nos proponemos en este sencillo artículo ayudar a descubrir las principales originalidades de la Iglesia latinoamericana. En lenguaje más plástico, diríamos que nos referimos a las “marcas registradas” que distinguen a nuestra Iglesia. En lenguaje teológico, hablaríamos de su “carisma”. Porque también las iglesias locales -continentales incluso- tienen su carisma, que también es, como todos los carismas, “para común utilidad” (1 Cor 12,70). Son peculiaridades y diferencias que sirven a la unidad y realizan la verdadera catolicidad (LG 13). Son por tanto, a la vez, la aportación que cada determinada Iglesia local hace a la Iglesia universal. El V Centenario es buena ocasión para que las Iglesias de Europa “redescubran” la Iglesia de América Latina y se dejen contagiar y “conquistar” por su carisma.
Pero ¿de qué “Iglesia latinoamericana” hablamos? Porque en nuestro continente cristiano, como en casi todas partes, hay realidades eclesiales de todo tipo, hasta las más contradictorias. ¿A qué Iglesia nos vamos a referir cuando hablemos de la “Iglesia latinoamericana”?
Responderé osadamente: a la Iglesia de los pobres, la Iglesia de la Liberación. ¿Por qué? Porque es ella precisamente la más genuina y originalmente “latinoamericana”. La “otra” Iglesia de este continente es la que menos conciencia tiene de latinoamericana, la que más tiene de europea, de primermundista, de etnocentrista, de colonial, de reproductora de esquemas foráneos.
Pero insistamos todavía un poco más en ese punto de la latinoamericanidad, porque algún lector puede no valorarla suficientemente. ¿O es quizá una especie de “carisma” también: cultural, étnico, psicológico, político, geopolítico...? La Iglesia de la liberación ha sido y es todavía, sin duda alguna, de las entidades o plataformas que más han contribuido y contribuyen a la conciencia de continentalidad, de una latinoamericanidad que podríamos describir haciendo nuestras las palabras de Pedro Casaldáliga:
“Siento la Latinoamericanidad como un modo de ser que la nueva conciencia acumulada -de Pueblos hermanos oprimidos y en proceso de liberación- nos posibilita y nos exige. Un modo de ver, un modo de compartir, un modo de hacer futuro. Libre y liberador. Solidariamente fraterno. Amerindio, negro, criollo. De todo un Pueblo, hecho de Pueblos, en esta común Patria Grande, tierra prometida -prohibida hasta ahora- que mana leche y sangre. Una especie de connaturalidad geopolítico-espiritual que nos hace vibrar juntos, luchar juntos, llegar juntos. Es mucho más que una referencia geográfica: es toda una Historia común, una actitud vital, una decisión colectiva. Juntando fe cristiana y latinoamericanidad, lo decía yo en mi soneto:
... Tenedme por latinoamericano, tenedme simplemente por cristiano, si me creéis y no sabéis quién soy.
Somos continentalidad en la opresión y en la dependencia. Hemos de serlo en la liberación, en la autoctonía, en la alternativa social, política, eclesial”
Ahora ya podemos preguntamos: ¿cuáles son, pues, las “marcas registradas”, el “carisma” de nuestra Iglesia latinoamericana?