Descripción
Hay momentos en la vida en que una persona, para ser fiel a sí misma, tiene que cambiar. Yo he cambiado. No de batalla, sino de trinchera. Dejo el ministerio presbiteral, pero no la Iglesia. Me alejo de la Orden Franciscana, pero no del sueño tierno y fraterno de san Francisco de Asís.
Continúo y seré siempre teólogo, de matriz católica y ecuménica, a partir de los pobres, contra su pobreza, y a favor de su liberación. Quiero comunicar a los compañeros y compañeras de camino las razones que me han llevado a una tal decisión.
Primero de todo digo: salgo para mantener la libertad y para continuar un trabajo que me era fuertemente impedido. Este trabajo ha significado la razón de mi lucha de los últimos 25 años. No ser fiel a las razones que dan sentido a la vida significa perder la dignidad y diluir la propia identidad. No lo hago. Y pienso que tampoco Dios lo quiere. Recuerdo la frase de José Martí, destacado pensador cubano del siglo pasado: “No es posible que Dios ponga en la cabeza de una persona el pensamiento y que un obispo, que no es tanto como Dios, prohíba expresarlo”.
Pero hagamos un poco el recorrido.