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Se ha escrito mucho sobre los privilegios de María y sobre su rol en la Iglesia, pero nada o muy poco sobre su relación con la misión evangelizadora. Tony Bellagamba se propone considerar la misión global de la Iglesia a la luz de María. Se trata de sacar del estilo y la manera como María realiza su misión, la inspiración y la fuerza para llevar adelante el propio compromiso evangélico con el mundo de hoy:
El autor señala en la parte introductoria de este artículo:
En el pasado, las misiones en la Iglesia estuvieron marcadas por varios factores, entre los cuales tenía una especial relevancia el número y la cantidad. Cuanto mayor fuera el número de bautizados, tanto mayor era el gozo misionero.
Otro elemento era la beneficencia hacia los indigentes y los necesitados (dispensarios, hospitales, escuelas de las misiones, orfanatos, etc.). Alegría misionera que se transforma en éxtasis cuando la acción benéfica venía a ser cebo “para salvar almas”, porque éste era siempre el objetivo implícito.
Un tercer elemento era el ideal de que la misión fuera una réplica exacta de la Iglesia de la que procedían los misioneros (edificios, organización, Acción Católica, Reglas, hábito, costumbres; liturgia, sacramentos...). Todo tenía que ser idéntico a la casa madre de la Congregación. Esta semejanza era signo de fidelidad y fuente de gran consuelo.
El gozo del misionero alcanzaba su punto álgido cuando se conseguía poner freno al progreso de otras confesiones cristianas, o se les podía anticipar en establecerse en nuevas zonas, o bien se les criticaba por hechos vagos y sin ideas exactas sobre su credo, y hasta haciéndose correa de transmisión de rumores acerca de la honestidad y sinceridad de su trabajo. Todos los medios, lícitos o ilícitos, eran válidos para “proteger el rebaño”. Estas actitudes creaban una sumisión total de la misión hacia el misionero: de los “niños” hacia el “Padre”, del “rebaño” hacia el “pastor”, de la “comunidad” hacia el “fundador”. Las revistas misioneras de la época atestiguan, aunque sea entre líneas, esta mentalidad. El misionero que contempla la Iglesia construida por él, la escuela fundada por él, los campos preparados por él, la comunidad cristiana alimentada por él con la palabra y el sacramento, no podía menos de sentirse como una especie de salvador entre los salvados, de un pequeño rey en su reino.
Este modelo de misión que originan tales consuelos ya no es aceptable en nuestros días. La situación del mundo es completamente distinta. Un mundo que ha hecho posible los documentos del Vaticano II y los posteriores (Evangelii Nuntiandí...). Nuevas concepciones y nuevos modelos de misión han surgido con las nuevas situaciones socioculturales: misión como liberación de todo lo que se esclaviza (América latina), misión como diálogo y complementariedad con otras culturas y religiones (Asia), misión como participación con Iglesias hermanas y otras nacidas sobre el terreno (África), misión como Iglesia (en la descristianizada Europa), y misión como radical discipulado de Jesús (entre musulmanes y países comunistas).
El gozo del misionero hoy es de distinta naturaleza. El misionero se siente feliz viviendo con el pueblo, trabajando con él, haciendo camino con él, siendo parte de él. Los números son menos importantes que la calidad de vida. El deseo de inculturación sustituye al de imitación de un modelo misionero recibido. El desarrollo integral, sin excluir el socorro y la caridad, constituye una nueva forma de ayuda que da un sentido de dignidad al pueblo y de respeto-veneración al misionero.
Vivir y trabajar al filo de dos épocas no es tarea fácil. La necesidad de dejar una época y lanzarse a otra es un reto a la vez exigente y necesario. María puede guiarnos en ese intento. Ella también vivió dos épocas. Para ella y para su pueblo no fue fácil aceptar el cambio histórico: pasar de una situación, entendida por la mayoría de los judíos como exclusiva, a una que incluía a todos; de la comprensión nacionalista de la salvación a la salvación universal; de un seguimiento jurídico de Yahvé al seguimiento basado en la libertad y la motivación individual; de un punto de vista legalístico en las relaciones y prácticas del pueblo de Yahvé a otro basado en el Espíritu y el amor, de un Yahvé tribal a un Dios universal; de una concepción del Mesías “de” y “para” los judíos a uno para todo el mundo; de un Mesías glorioso y triunfante sobre los enemigos políticos, al doliente, pobre y vencedor de todo mal. Sólo María, y unos pocos más, fueron capaces de hacer el cambio: pasar de un modelo de vida aceptado por la mayoría de sus contemporáneos a otro modelo completamente distinto. En esto consiste su salvación y su alegría (Lc 1, 45-48). Algo parecido debería suceder también a todos los que están al servicio de la misión global de la Iglesia.