Description
Un estudioso actual de la Vida Religiosa, Bruno Secundin, ve en ella síntomas preocupantes de anemia y de anomía. La “anomía” estaría apuntando a situaciones de ambigüedad en la que, por una parte, lo viejo y usado se hace cada vez más insignificante para el mundo, pero sigue siendo objeto de recuperaciones nostálgicas; por otra, lo nuevo no acaba de despegar. La “anemia” consistiría precisamente en esa falta de impulso para convertir en “novedad” lo que en sus orígenes fue realmente nueva y significativa vivencia del Evangelio en el mundo: una cierta impotencia para transformar la memoria en proyectos. Esta anemia estaría en la raíz de muchos modos de vida más preocupados por administrar el pasado que por preparar el futuro. Pues bien, allí donde se junten la crisis de riesgo -temer al futuro, más que prepararlo- con la crisis de identidad -dificultad para encamar lo que la Vida Religiosa está llamada a ser para la Iglesia y la humanidad actuales-, los efectos paralizantes serán imposibles de evitar.
Un análisis de la Vida Religiosa que terminara ahí no sería, sin embargo, objetivo. No definirá bien la complejidad de lo real. Al lado de esos síntomas preocupantes existen otros llenos de invención profética cuyo denominador común lo constituye un seguimiento místico-político de Jesús que se traduce en vivir con Dios y, desde él, su acercamiento salvador -y por ello misericordioso y gratuito, pero también transformador- a las condiciones reales de una humanidad necesitada de “esa” salvación. Tal vez el aspecto más trágico de las actitudes nostálgicas y restauracionistas esté en no haber caído en la cuenta de que se han producido tales cambios en el hombre y en la cultura que lo modela, en la sensibilidad y conciencia crítica con respecto a los problemas del mundo, en la comprensión teológica del sueño de Dios sobre la familia humana, que hacen imposibles e insignificantes para esta situación formulaciones, estilos de vida y prácticas apostólicas usados en otras épocas y para otras culturas.
¿Quiere esto decir que hay que operar un vaciamiento total del pasado, como si cada Congregación Religiosa tuviera que partir de cero? En absoluto. El reto no está en el vaciamiento total, sino en lo ya apuntado: transformar la memoria en proyecto al hilo de una fina alianza dialéctica entre la imaginación y la fidelidad. Fidelidad a la memoria de Jesucristo y a la originalidad con que el propio carisma intentó vivirla; imaginación para que esa memoria florezca en forma de proyectos que continúen la salvación de Jesús en este mundo.
Una pregunta para cerrar ya esta introducción:
¿Dónde tendrá que tomar impulso la Vida Religiosa para pasar, de la situación de dar vueltas por la pista, al despegue?, ¿de qué memoria tendrá que vivir y qué proyectos concretos tendrá que alumbrar?, ¿en qué puntos calientes del mundo está su cita con Dios?, ¿con qué sabiduría abordará las nuevas tensiones y las asignaturas que aún le quedan pendientes?...