Descripción
Nos ha visitado una luz de lo alto
Un día, la voz de unos testigos afirmó que el tiempo se había cumplido: "Nos ha visitado el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte" (Lc 1, 79). La gloria del Señor los envolvió de claridad (Le 2,9) y un anciano podía exclamar: "¡Mis ojos han visto a tu Salvador: lo has colocado ante todos los pueblos como luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel!" (Lc 2, 30-32).
La Palabra era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre (Jn 1,9) y se atrevía a gritar: "¡Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no anda en tinieblas, tendrá la luz de la vida!" (Jn 8, 12).
Y los que la recibieron confesaban deslumbrados: "¡Hemos visto su gloria!" (Jn 1, 14). Pero también contaban que, cuando quisieron plantar su tienda junto al que se transfiguraba en su presencia, con los vestidos resplandecientes como la luz, se formó una nube que, como en los relatos del Antiguo Testamento, los envolvió con su sombra, y una voz vino desde la nube: "Este es mi hijo amado: escuchadlo" (Mc 9, 2-13).
Había que seguir entrando en la nube: ésa era la conclusión de aquellos que narraban la experiencia de los primeros testigos; y, detrás del código simbólico en que venía cifrado, su mensaje quería comunicar: la luz de Dios ha entrado hasta la entraña más herida de nuestro mundo y, aunque la oscuridad parece seguir tan densa como antes, ahora está habitada por la claridad de la presencia del Resucitado. Nuestra tiniebla ya no acontece en un contexto trágico; la oscuridad no es más que la condición del tránsito del ver al creer, la compañera fraterna del "todavía" que nos mantiene amarrados a esta historia que Dios ama.
Los evangelistas lo repiten de mil modos, utilizan todos sus recursos narrativos y buscan cualquier camino que pueda reconciliarlos con nuestra oscuridad. Siembran la sospecha ante nuestras nostalgias de clarividencia y ante nuestras prisas por anticipar ese día en el que ya no habrá noche (Apoc 22,5), pero que sólo nos es ofrecido como futuro.
Cada acontecimiento luminoso destaca sobre un fondo de sombra y coexiste con ella: el que María esté bajo la acción del Espíritu no elimina las dudas de José (Mt 1, 18-19) ni la alegría del nacimiento de Jesús impide la muerte de los inocentes (Mt 2,16). La intemperie del pesebre y la fragilidad del niño no desaparecen por más que una multitud del ejército celestial cante un himno al Dios altísimo (Lc 2,12-14).
La gracia de Dios estará con el niño, pero no le evitará el tener que someterse al lento proceso de la maduración humana.