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Uno de los temas que más escucho, y al que prácticamente pueden reducirse la mayoría de los problemas, es el de las tentaciones.
Empezaría diciendo que es bueno distinguir cosas diferentes que se esconden detrás de esta palabrita bien bíblica que nosotros traducimos por tentación. En el griego del Nuevo .Testamento se le llama "peirasmós".
PRIMER TIPO DE TENTACION
Ya sé que no está hoy en día de moda hablar del diablo. Y menos cuando uno quiere captarse la simpatía de los jóvenes. La sicología y otras ciencias nos han acostumbrado a mirar de frente algunas de nuestras manifestaciones interiores, desenmascarándolas a fin de llegar a nuestras personalísimas raíces. Ya no es fácil atribuir al demonio un montón de cosas, como se hacía en una cierta espiritualidad del tiempo de nuestros mayores. Pero tenemos que ser sinceros en nuestra lectura del Evangelio. Allí el diablo aparece, y sin demasiadas explicaciones. Para los primeros discípulos del Señor era una verdad tan evidente que no necesitaba ser discutida ni puesta en duda. Se podría hacer esta prueba. Pónganse a leer el Evangelio y, cada vez que aparezca el diablo, arranquen la página. Es probable que se queden con muy pocas. 0 que al menos le faltarían, al Evangelio, algunas de sus mejores partes. Y sin embargo el Señor nunca usa de él como un medio de suscitar el temor.
Ni siquiera lo considera un contrincante válido o temible. Simplemente previene sobre su existencia y desenmascara sus planes. Pero su actitud no es la misma en todos los casos de tentación.
Hay un primer tipo de tentación que es la que nos describe Santiago en su epístola: “Ninguno cuando sea tentado diga: 'Es Dios el que me tienta'; porque Dios no es tentado por el mal ni tienta a nadie. Sino que cada uno es tentado por su propia concupiscencia que lo arrastra y lo seduce. Después, la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, cuando es consumado, engendra la muerte" (Sant. 1,13-15).
Se trata de la situación en que un objeto placentero nos despierta un deseo y nos sentimos inclinados a satisfacerlo realizando para ello un acto que está mal. Digamos: nos hace cometer un pecado. Aparentemente aquí no sólo no es Dios, ni siquiera es el diablo quien nos tienta. La cosa está dentro de nosotros y es despertada por una realidad exterior que atrae nuestro deseo y nos lleva a satisfacerlo, aun sabiendo que no está bien lo que hacemos.}