Descrição
1992 es más que una fecha. Es la ocasión de hacer un balance de los quinientos años que -nos guste o no- han constituido lo que hasta hoy vivimos en América Latina. El hecho inicial es llamado descubrimiento, encuentro, conquista por unos; encubrimiento, desencuentro, invasión dicen otros. En ese proceso la fe cristiana ha estado presente -y ausente- de varias maneras. Esto último será particularmente tenido en cuenta en la carta Conferencia del episcopado latinoamericano (Santo Domingo, octubre 1992), que se propone buscar los caminos del anuncio del Evangelio para el tiempo que viene.
El asunto está mereciendo la consideración de muchas personas, provenientes de diferentes familias espirituales; como es normal se enfrentan enfoques distintos, e incluso opuestos, sobre un itinerario histórico y una realidad que mantienen sin cicatrizar antiguas llagas. Nos estamos planteando, otra vez en nuestra más bien corta historia, el significado de nuestro ser latinoamericano. Con cargo a retomar la cuestión con mayor detenimiento, vale la pena adelantar brevemente algunas ideas respecto a la forma de abordar este delicado y conflictivo tópico.
Es necesario tener el coraje de leer los hechos desde el reverso de la historia. En esto se juega nuestro sentido de la verdad. En efecto, sólo la honestidad histórica nos liberará de los prejuicios, las interpretaciones estrechas, la ignorancia, los ocultamientos interesados que hacen de nuestro pasado una hipoteca que nos aprisiona, en lugar de convertirlo en un impulso a la creatividad.
Recuperar la memoria nos hará desechar por inadecuadas, y consiguientemente inútiles, las denominadas "leyenda negra' y 'leyenda blanca'. Esconder lo que realmente sucedió en esos años por miedo a la verdad, por defender bien arraigados privilegios o por el frívolo uso de expresiones llamativas, nos condena a la esterilidad histórica. No se condice, además, con las exigencias del Evangelio. Así lo entendieron muchos de los que vinieron inicialmente a proclamarlo a este continente, y que por eso mismo denunciaron con firmeza todo lo que iba contra la voluntad de vida del Dios del Reino de amor y justicia. Ello hacía exclamar a Guamán Poma, quejosa pero esperanzadamente también: "y así, Dios mío, ¿adónde estás? No me oyes para el remedio de tus pobres".