Descripción
En los primeros años de la vida religiosa es quizás el voto de castidad lo que entraña más dificultades y problemas. A medida que pasan los años, el voto de obediencia va marcando momentos de dificultad y de asperezas muchas veces insostenibles. Este fenómeno, en la mayoría de los casos, sólo se limita a roces, incomprensiones y sufrimientos. Con todo, en algunos momentos, lleva a la sensación de que se está acorralado no por algo externo, no por la orden dada, sino por la propia conciencia que experimenta que no puede cumplir lo mandado sino a riesgo de ir contra lo que “agrada al Señor” (Ef 5,10).
Este hecho que puede ser común en todas las latitudes, tiene especial vigencia y significación en América Latina en cuanto que un sector de la Iglesia y de la Vida Religiosa ha hecho una clara opción por los pobres y por el compromiso con la justicia, lo cual ha acarreado no sólo problemas internos sino también de confrontación con los poderes establecidos -geopolíticos principalmente- sin eludir, por desgracia, el poder eclesiástico.
El objetivo de este artículo es el de brindar alguna reflexión sobre lo típico de nuestra problemática respecto a la obediencia. También quisiéramos resaltar las posibles coartadas y trampas que se emplean -con la justificación de una “objeción de conciencia”- y que muchas veces son una racionalización para llevar adelante, simple y sencillamente, proyectos personales. Esta perspectiva nos obliga asimismo, a considerar siempre que la obediencia es algo relacional; que tiene que decir una palabra tanto al que manda como al que es súbdito. El fruto de este trabajo quisiera ser el comenzar a dar pistas para generar un tipo de “metodología de la obediencia”; establecer “reglas” para mejor acertar en las concretas dificultades de nuestro tiempo y espacio. El horizonte de nuestra dificultad, en América Latina, no puede desconocer la labor sorda de todo lo que maquina para quitarle la poca fuerza a los empobrecidos.
Si el Señor nos liberó para que fuésemos libres -que es lo único que Dios nos respeta absolutamente-, nunca es fácil renunciar a ese bien tan precioso. Sin embargo, en los ambientes en que vivimos en la actualidad, donde aún las instituciones más viejas se ponen en cuestión (el matrimonio, por ejemplo), se dan obstáculos serios para una obediencia sumisa o ciega, si se quiere.