Descrição
Cuaresma: Cuarenta días que nos propone la Iglesia para prepararnos a la pascua con oración, ayuno, buenas obras y conversión; para pensar con seriedad en la pasión de Cristo y en la gloria de su resurrección.
La Iglesia la propone anualmente, pero la cuaresma tiene, cada vez más, su dificultad. En lugares orientados hacia la abundancia y el consumismo tiene mucho de anacrónico. Y para todos -si se toma en serio la pasión y la resurrección- mucho de escandaloso. El mundo, el primer mundo sobre todo, apelará al realismo y propondrá que es mejor enterrar definitivamente el masoquismo por una parte y la ilusión utópica por otra. ¿Pensar en la pasión? Bastante sufrimiento hay en la vida, mejor será evitarlo en lo que se pueda y aguantarlo en lo que no se pueda evitar. ¿Pensar en la resurrección? Bien está fomentar moderadas esperanzas, pero pensar en resurrección es demasiado.
Y no es que nadie dude de la pasión ni desee tener una esperanza. Pero es que la cuaresma nos confronta brutalmente con lo primero y utópicamente con lo segundo. Con la cuaresma, la Iglesia declara ambas cosas como sumamente reales e importantes, las simboliza en un momento denso. Y aunque el mundo actual ha sacralizado también el tiempo, no se atreve con un tiempo simbólico de pasión y de resurrección. Nuestro mundo ha proclamado el "día" de la madre, del padre, del trabajo, del partido, del país... Las Naciones Unidas han proclamado el "año" del niño, de la juventud, de los derechos humanos, de la paz... El tiempo se sacraliza, pues, para recordar realidades importantes, y en éstas está ya presente algo o mucho de la pasión y de esperanza. Pero aislarlas explícitamente, mirarlas cara a cara, declararlas realidades fundamentales en el mundo de hoy, dejarlas que nos interroguen y cuestionen en su radicalidad y desnudez, todo eso parece demasiado. Habrá que convivir con ellas, pero no hay coraje para declararlas algo fundamental.
Lo importante no es, por supuesto, el símbolo de los cuarenta días. El símbolo vive de la realidad, y la mejor forma de vivir la cuaresma es atender al dolor de la humanidad en la vida real y alimentar su esperanza. Pero si el símbolo no está operante, si nada o poco dice, puede dudarse también de que la realidad de la pasión y la esperanza nos diga algo y actúe con fuerza sobre nosotros. Si la cuaresma no tiene ya capacidad simbólica, es que muy probablemente no hay una actitud decidida de afrontar el sufrimiento y la esperanza. Algo hay que nos retrae de ver el sufrimiento del mundo (muy probablemente, su carácter cuestionante, la pregunta por nuestra correspondencia en él, por nuestra solidaridad o falta de solidaridad con él). Algo hay que nos retrae de mirar su esperanza (muy probablemente, el cuestionamiento a nuestra propia esperanza, si en verdad la tenemos o hemos abdicado de ella, el desenmascaramiento de dónde la hemos puesto, dónde hemos puesto nuestro corazón y nuestro Dios). Quizás el que sea la Iglesia la que proponga la cuaresma es en algunos lugares una dificultad añadida comprensible. Pero el problema es más hondo. La cuaresma no es sólo un asunto eclesial, ni siquiera sólo un asunto cristiano; es un asunto humano. Y si no nos atrevemos a celebrarla, es que algo anda mal entre nosotros.