Descripción
Estamos reunidos en esta Eucaristía con gran alegría para celebrar este acto tan cristiano que es dar gracias. Damos gracias a Dios por la presencia de su hijo Jesús entre nosotros, por su palabra que acabamos de escuchar y por la esperanza que vive en nuestros corazones.
Hoy damos gracias a Dios especialmente por nuestro hermano Gustavo, por sus sesenta años de vida y de fe, y por su compromiso cristiano, sacerdotal y teológico. Sesenta años representan la madurez de toda una vida, pero también -como lo hemos apreciado al escucharlo estos días- la juventud de su mente y corazón para seguir buscando cómo hacer el bien a los pueblos pobres de nuestro continente y de todo el mundo. Junto con todos los aquí presentes, con muchos hombres y mujeres de todo el mundo, junto con tu pueblo peruano, con tus amigos, con los cientos de niños de tu parroquia Cristo Redentor del Rímac, queremos decirte, Gustavo, simplemente GRACIAS.
Pero esta acción de gracias creo yo –y Gustavo será el primero en reconocerlo- la celebramos en un contexto más amplio, que quiero recordar en esta primera parte de la homilía. Celebramos también en estos días los 20 años de Medellín, que es el símbolo de una gran novedad histórica y evangélica. Como lo ha dicho Gustavo muchas veces, celebramos "la irrupción de los pobres". Damos gracias a Dios, pues, porque los pobres de este mundo, los ignorados y olvidados, los sin voz, han irrumpido con fuerza, con lamentos incontenibles que provocan sus opresores, con sufrimientos que los privan de toda forma humana y que llegan hasta el cielo; pero también con su esperanza de vida, de dignidad y de justicia, con su firme compromiso de trabajo y de lucha por hacer de este mundo un lugar más justo, humano y fraterno; y con su alegría contagiosa, en medio de tanto sufrimiento, que es, creo, la mejor expresión de su fe.