Descripción
Desde Nicaragua, tratando de contribuir modestamente a su sobrevivencia, no pueden escribirse largos ensayos. Estas breves páginas en el libro-homenaje al teólogo latinoamericano Gustavo Gutiérrez, que cumple 60 años, no pueden ser una mera formalidad. Gustavo, teólogo ciertamente, pero también pastor, cristiano, amigo, se merece mucho más que un elogio académico. El último libro de Gustavo -"Hablar de Dios, desde el sufrimiento del inocente"-, se centra en Job y sus tremendas preguntas, y las traduce desde la realidad de los pobres de América Latina, inocentes que no terminan de sufrir. Con Nicaragua -cuyo triunfo de los pobres en 1979 se asemejó a la bendición primera que Job experimentó de la mano de Dios y cuyo sufrimiento inocente, precisamente a manos de la guerra y que Gustavo ya pronosticó en septiembre de 1979- él se ha portado al revés que los amigos de Job. No vino a dar lecciones; desde el principio vino a ver el paso de Dios por la historia de los pobres. Vino en la hora del triunfo y volvió en la hora del asedio y del intento de matar otra vez la esperanza de los pobres. Vino como amigo que hablaba de Dios desde los pobres. Sobre todo vino como amigo que quería beber las aguas limpias del pozo que habían logrado cavar los pobres de Nicaragua. Por eso acompañó en la victoria y consoló en las horas penosas. En resumen, vivió su teología y dio testimonio de que la razón de su esperanza era la esperanza de los pobres.
La inspiración que ha provenido de sus escritos ha sido parte de la Teología Latinoamericana de estos últimos veinticinco años. Si ha sido inspiración, precisamente lo ha sido porque ha estado respaldado por el testimonio de su vida. En la gran mayoría de los auténticos teólogos que, con él, hicieron escuela así ha sido también. Por ello, en tan poco tiempo, esta teología-vida se ha convertido en uno de los aportes más ricos del continente latinoamericano al catolicismo y -más allá de fronteras confesionales- al cristianismo del siglo XX. En realidad, con nuestra pintura, nuestra arquitectura, nuestra literatura y la originalidad de nuestra política revolucionaria, esta teología se ha convertido en uno de los aportes más importantes de América Latina a la humanización del mundo de nuestro tiempo. Como "Teología de la Liberación", nombre con que Gustavo la sacó de la fe vivida de las comunidades pobres de América Latina, o como "Liberación de la Teología", nombre con el que otro gran teólogo del continente, Juan Luis Segundo, la vio realizar consigo misma lo que de Dios y de los pobres anunciaba, ha pasado ya a ser una de las corrientes más creativas de la teología.