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Efectivamente: el Concilio Vaticano II fue una gran esperanza que irrumpió de manera fortísima en la Iglesia de la segunda mitad del siglo XX. Lo que allí aconteció fue una gran sacudida del Espíritu que, a partir de Juan XXIII, llamaba a su Iglesia a una conversión histórica, a un cambio colectivo y estructural en la misma forma de entenderse y de configurarse como Iglesia.
Tengo la convicción, ojalá equivocada, de que en este momento hay que hablar, en efecto, de "aquella" gran esperanza. Y hablar en términos de esperanza amenazada, de esperanza que corre graves peligros de convertirse en esperanza perdida.
Pienso que desde hace algunos años, a la esperanza ha sucedido el miedo. Y, aunque es verdad que el miedo guarda la viña, también lo es que nunca fue buen consejero, y sus malos consejos ahora mismo consisten, lisa y llanamente, en volver a la posición preconciliar.
Naturalmente que un proyecto de cambio de la envergadura del que iba implicado en el Concilio tenía que provocar riesgos, seguramente excesos y equivocaciones, en algunos sectores de entre los que se tomaron en serio la renovación conciliar. Pero el problema más grave ha sido otro: la persistencia en la Iglesia de fuerzas reaccionarias que nunca asimilaron el Concilio, y que no han visto sino confusión y deterioro eclesial en los esfuerzos por poner en práctica el cambio en profundidad exigido por el Concilio mismo. No creo que sea exagerado afirmar que son estas fuerzas, agazapadas durante el primer período posconciliar, las que se están apoderando ahora, cada vez más invasoramente, de la situación eclesial, y que el resultado de todo esto ya no es lo que el Concilio prometía, sino otra cosa. Y esta otra cosa no es, en gran medida, sino una vuelta a lo de antes, a lo que el Concilio trató de superar.
Éramos muchos lo que, en los años 60, nos atrevíamos a hablar de un "giro copernicano" en la auto comprensión de la Iglesia, tal como quedó dibujada en la Lumen Gentium. Hoy somos menos, creo yo, quienes seguimos pensándolo, y resultaría irónico, en las actuales circunstancias, pensar que ese giro se ha producido, ni siguiera que, a ciertos niveles en que inmediatamente después del Concilio había interés en luchar por ello, siga interesando que ese giro se produzca.
En cualquier caso, el Concilio está ahí, y es posible esperar que, contra toda esperanza, vuelva a ser una esperanza real. Lo que queremos resaltar en este trabajo es que el Vaticano II, en sus inspiraciones fundamentales, pretendió ser un gran viento democratizador de la Iglesia a todos los niveles.