Descripción
A los señores Congresistas y a todos los Cristianos
de los Estados Unidos de América: La paz del Dios de la Paz esté siempre con ustedes. Su Espíritu les ayude a sentir a todos los hombres y mujeres de todos los Pueblos como humanos hermanos iguales.
Su Libertad los libere de la prepotencia del dólar, de las armas, de la dominación.
Permítanme que les escriba desde un rincón de la Amazonia brasileña y que les suplique e interpele, simultáneamente. Como suplican los hermanos, como interpelan los testigos.
Como europeo occidental yo también soy del Primer Mundo y me siento corresponsable de seculares dominaciones. Soy, además, cristiano y obispo y me siento corresponsable de muchos antitestimonios y de imperdonables omisiones de las Iglesias.
Hace 20 años que vine a este Continente "de la muerte y de la esperanza" y lo encontré dividido en dos, más por razones de dominio que por exigencias culturales. Amo apasionadamente la Patria Grande de la América Latina, que he hecho mía, que me ha hecho suyo, y soy testigo de su dependencia, de su humillación, de su hambre, de sus muertes; pero también de su dignidad inconquistable y de su inaplazable voluntad de Liberación.
Últimamente soy testigo del dolor y de la lucha de Centroamérica y más concretamente de Nicaragua, de Guatemala y de El Salvador.
¿Puedo recordarles, hermanos, que la política oficial de su país es, en gran medida, hoy como ayer, la causa de ese estado de cautiverio en que Latinoamérica vive?