Descrição
El Padrenuestro es como un río. Hemos crecido inmersos en él y es tan originante en nuestra experiencia cristiana como el agua de nuestro Bautismo. Los recuerdos de nuestra infancia están salpicados de padrenuestros (así, en plural y con minúscula), porque entonces predominaba, sobre todo, la cantidad: tres padrenuestros eran una penitencia razonable en nuestras confesiones; en el rosario estaban convenientemente señalizados por las bolas más gordas, que permitían un descanso entre las avemarías; los de la visita al Santísimo eran cinco, acompañados por "vivas" a Jesús Sacramentado, y estaba también aquel "por las intenciones del Sumo Pontífice" que nos abría, por fin, las compuertas de la indulgencia plenaria.
No era tiempo de entenderlo, sino de familiarizarnos con él y de incorporarlo a nuestras primeras experiencias orantes. Era el tiempo de sentirlo confusamente como una fuerza que nos vinculaba con los demás cristianos cuando lo rezábamos en alta voz en la misa de los domingos.
De mayores tenemos que guardar todo eso como un tesoro, pero tenemos que saber también bucear más hondo y remontar su corriente hacia arriba, hasta dar con las fuentes de donde nace. Que nadie se asuste: no voy a ponerme a hablar de sus antecedentes rabínicos, ni a comparar las versiones de Mateo y Lucas, ni a intentar una nueva explicación de aquello del epiousion de la cuarta petición. Lo del H2O es importante y está muy bien estar enterados, pero sólo sabemos de verdad lo que es el agua cuando bebemos en una fuente después de una caminata o cuando nos zambullimos en el mar en una mañana de verano.
Buscando río arriba, he ido encontrando algunas de esas fuentes del Padrenuestro que me llevan a hacer hoy algunas afirmaciones, con algo de timidez y mucho de convencimiento: el Padrenuestro nace de la insatisfacción, del atrevimiento, de la despreocupación y de la compasión.